Cine y Valores

La ladrona de libros

Título original: 
The Book Thief
Género: 
Puntuación: 
7

Average: 7 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2013
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
125
Contenido formativo: 
Crítica: 

Un pueblo en las afueras de Munich, en los años previos a la segunda Guerra Mundial. Liesel Meminger, una niña de nueve años llega a la casa de acogida y conoce a sus nuevos “padres”, Hans y Rosa Hubermann, él bondadoso y tierno, ella, aparentemente dura e inflexible. La pequeña, hija de una comunista perseguida por los nazis, no sabe leer, pero siente un fuerte anhelo de lectura. Hans le enseñará a adentrarse en el mundo de los libros. Al mismo tiempo, entabla amistad con Rudy, un encantador compañero de escuela y de juegos, y con Max, un judío escondido en casa de los Hubermann.
La línea argumental es sencilla, pero con suficientes episodios para resultar entretenida. La historia está narrada desde la perspectiva de la Muerte, cuya voz en off nos va guiando a través de los acontecimientos, lo cual, lejos de darle un aire macabro, le transmite un sentido lírico inquietante.
Ahora bien, la película nos permite otra lectura, profunda, poética y metafórica, sobre el valor del lenguaje y el poder de la palabra. Al principio de la película, Liesel es una niña solitaria, que ha visto morir a su hermano y a la que su madre ha entregado en adopción. No sabe qué va ser de ella y, súbitamente, cuando, después del entierro de su hermano, camina en silencio por el paisaje gris y desolado, sobre la nieve, ve un libro, lo recoge y lo guarda con celo. Un libro encierra posibilidades para la imaginación, tal vez historias de vida. Pero ella no es capaz de descifrar los signos escritos, no puede adentrarse en lo que le ofrece el libro, porque no sabe leer. Gracias a Hans, pronto será capaz de llegar al final de su primer libro, “Manual del sepulturero”.
Liesel ama las palabras, enriquece con ellas su capacidad de pensar. Las palabras le permiten formular sus pensamientos, porque el lenguaje adensa los ámbitos y los hace inteligibles. La imagen de las paredes del sótano con las listas de términos que le ofrece su padre, sugiriéndole que ella continúe ese diccionario personal es una invitación a que se abra al conocimiento de las realidades de su entorno, y pueda, así, entrar en relación con ellas. Max se lo enseña cuando le dice que no le cuente cómo es el día, sino cómo lo ve y lo siente ella, es decir, qué trama de relaciones se ha establecido entre ella y el paisaje.
A medida que se va adentrando en el ámbito del lenguaje, el campo de realidad de su propia vida se va enriqueciendo creando encuentros valiosos. Con la esposa del burgomaestre nazi, con quien, casi sin palabras, llegan a establecer lazos de estima; con Rosa, su madre adoptiva, que, poco a poco, ve como van desapareciendo sus capas de dureza hasta llegar a aflorar un corazón tierno y generoso; con Max su gran amigo, casi su hermano mayor, al que tanto quiere y del que tanto aprende. Finalmente, en el refugio, bajo un bombardeo, es ella quien, gracias al lenguaje, consigue que todas esas personas asustadas, puedan sobrevolar la sensación de soledad y desamparo que produce el miedo, y se eleven al nivel de la imaginación creativa.
A pesar de algunas escenas conmovedoramente tristes, la película mantiene un tono optimista y presenta casi el aspecto de un cuento lleno de evocaciones y sensibilidad. Sophie Nélisse está soberbia en su papel de Liesel, así como Geoffrey Rush y Emily Watson encarnando a los padres adoptivos.
Película totalmente recomendable para los amantes de relatos poéticos, que podrán disfrutar de dos horas de buen cine.