La línea narrativa de la película arranca de las cartas que la Reina Carolina Matilde en el exilio escribe a sus hijos para que conozcan la verdad de su historia y, si no a quererla y perdonarla, por lo menos lleguen a comprenderla.
Segunda mitad del siglo XVIII. Una joven aristócrata inglesa llega a Dinamarca para casarse con el Rey Cristian VII. Todas sus ilusiones y sus propósitos de amar y respetar al esposo se ven frustrados cuando se encuentra con la triste realidad: el monarca es un enfermo mental y su nueva patria es un país atrasado, casi anclado en la Edad Media, que incluso censura algunos de los libros que la joven Reina ha llevado consigo.
Casi por casualidad, es introducido en la corte un joven y apuesto médico prusiano, lector asiduo y reverente de Voltaire, Rousseau y Diderot y auténtico exponente del siglo de las Luces. Consigue moderar la insania del Rey y gana totalmente su confianza hasta convertirse en su valido y, sobre todo, su amigo más querido y la persona que mayor influencia ejerce sobre él. Gracias a su poder sobre la voluntad del monarca, Johann Friedrich Struensee consigue aplicar en Dinamarca sus ideas ilustradas. Ante los ojos atónitos de la nobleza más recalcitrante, que ve indignada cómo desaparecen sus privilegios, vientos de justicia y libertad empiezan a soplar en el país: queda abolida la censura, se prohíbe la tortura, las vacunas y la sanidad llegan a todo el pueblo, se alivian los impuestos que atenazaban a los campesinos, los pobres dejan de estar oprimidos por los ricos... Con todo ello, Dinamarca da un paso de gigante y se convierte en objeto de admiración de Europa y hasta del mismo Voltaire. Pero las fuerzas oscurantistas acaban encontrando el punto vulnerable por el que poder destruir al médico convertido en político, cuando descubren que es el amante de la Reina Carolina Matilde y el verdadero padre de la hija que acaba de dar a luz.
Aparece, además, aunque simplemente esbozado, el tema tan frecuentemente sugerido en el cine –recuérdese las recientes César debe morir y Coriolanus– de la ineptitud de la plebe para ejercer poder, puesto que es incapaz de mantener ideas coherentes y firmes ni aún para defenderse a sí misma de los abusos de los poderosos. Constituye una masa voluble que se mueve solo inducida por la estrategia del mezquino manipulador de turno, que no tiene dificultad en hacerla bramar, levantarse airada contra unos u otros y cambiar rápidamente de opinión, sin saber ni preguntarse por qué. Como suele suceder, el tema se muestra en la trama argumental, pero no se aborda una reflexión sobre el mismo.
El film, de una fotografía bellísima, está muy bien ambientado en el siglo XVIII y su vestuario es espectacular, sin que, por eso, pretenda ser un reflejo de lo que acontecía en la Europa de aquel momento. Es una “película de época” pero no “historicista”, en el sentido de que no se detiene a observar con detalle los usos y costumbres de ese tiempo, sino que narra una historia personal íntima, con amplias repercusiones sociales, que se sitúa en el siglo XVIII pero que tiene el sabor intemporal de las pasiones humanas. Lo que parece interesar a Nikolaj Arcel no son los detalles minuciosos de la corte y la sociedad danesas, es la historia humana, el triángulo amoroso, con una relación tan particular entre sus miembros, que Cristian VII y la Reina Carolina Matilde, que vivían totalmente distantes y apenas se dirigían la palabra, llegan a tener una buena relación entre ellos porque los sentimientos de amistad y amor de ambos confluyen en Struensee.
El conflicto ético surge no tanto por la relación adulterina de una mujer que había sido humillada y abandonada por un marido demente, sino por el engaño y la traición a un joven enfermo que es un amigo confiado y leal. En una escena estremecedora, el débil monarca, sentado entre la esposa y el amante, estrecha las manos de ambos, con la ternura de un hijo que se siente seguro con sus padres y se refugia confiadamente en ellos. Los lazos más sagrados que pueden establecerse entre dos personas, que son los del amor, quedan denigrados porque la satisfacción de la pasión no respeta la amistad y entrega incondicionales de un joven desvalido e inseguro. Los provechos sociales que procuran a la población también quedan devaluados porque los métodos astutos para conseguirlos están teñidos de traición y vileza.
En suma, Un asunto real no es una historia de buenos y malos, sino de seres humanos movidos por el idealismo pero también arrastrados por sus pasiones y ambiciones, capaces de grandes acciones y de la traición más deleznable. A pesar de su larga duración, retiene fija la atención del espectador, que disfruta de buen cine, y plantea cuestiones éticas para la reflexión.
Un asunto Real
Título original:
A royal affair (En kongelig affaere)
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Publico recomendado:
País:
Año:
2012
Dirección:
Guión:
Fotografía:
Música:
Intérpretes:
Distribuidora:
Duración:
137
Contenido formativo:
Crítica: