[CRÍTICA CEDIDA POR PANTALLA90]
ENTRE LA CONCIENCIA Y LA AMBICIÓN
Clémence es una buena alcaldesa, comprometida con su ciudad y muy especialmente con el barrio de Les Bernardins, donde ha prometido resolver la situación de un inmenso edificio colmena, al borde de la ruina y corroído por la insalubridad a causa de unas instalaciones deficientes y envejecidas. Pero el peor de los males de los habitantes del miserable inmueble son los caseros sin escrúpulos, constituidos en auténticas mafias, que controlan la situación de extrema necesidad de sus inquilinos y abusan de ellos exigiéndoles el pago de unos alquileres muy superiores a lo que correspondería y ni tan siquiera se preocupan de poner remedio a las infames condiciones de habitabilidad de la casa.
Con la ayuda de Yazid, su fiel colaborador y jefe de gabinete, Clémence está empeñada en poner remedio a esa situación insostenible. Yazid conoce bien el barrio, pues en él tiene sus raíces. Como su jefa, es un político íntegro y ambos luchan denodadamente por el bien de los ciudadanos.
El empeño de la alcaldesa es obtener una elevada subvención de parte de la administración para sanear el edificio y proporcionar a los inquilinos unas viviendas dignas. Para ello, Clémence y Yazid tendrán que librar una guerra con dos frentes de batalla a cuál más complicado. En uno deberán vencer todas las dificultades, obstáculos y reticencias para conseguir que la administración desvíe esa gran cantidad de dinero, desde proyectos más vistosos y tal vez más rentables políticamente, para destinarlos a un barrio deprimido y conflictivo. El otro frente abierto es el de los mismos habitantes de Les Bernardins, que desconfían totalmente de la palabra y de las promesas de los políticos y no están dispuestos a creer en la alcaldesa, ni a colaborar con ella.
En medio de esa complicada situación, que pone a prueba la honestidad de intenciones de ambos políticos y su entrega generosa al bien común, el señuelo de poder dar un salto en su carrera política hace tambalear los proyectos de futuro de Clémence. El conflicto moral al que puede tener que enfrentarse sería grave, pues supondría el dilema de que el precio del nuevo cargo fuera renunciar al cumplimiento de sus promesas en Les Bernardins.
Thomas Kruithof nos introduce en el ámbito de las dificultades para gestionar con eficacia el Ayuntamiento de una ciudad de pocos recursos. La vida política es complicada, sin duda, y cumplir las promesas resulta casi siempre muy difícil. Pero en eso radica la grandeza de un político o su mediocridad. Las promesas son la moneda de cambio de un político con el ciudadano al que le ha pedido la confianza y el voto. Por supuesto, también las promesas que el político se hace a sí mismo de conservar el valor de su palabra aun cuando la ambición de poder le incite a dejar de lado su sentido ético. De todo eso va la película.
Las discusiones, los pactos, chantajes, así como también la lucha en el interior de la conciencia de cada personaje, están llevados con vigor y pulso firme en un guion que no concede un respiro al espectador y lo mantiene totalmente involucrado con los conflictos que aparecen en pantalla.
Kruithof no nos ofrece una película de buenos y malos, sino de seres humanos. Unos son los miserables de la tierra, ante los cuales tres posturas son posibles: la indiferencia, la utilización o el compromiso; otros, los políticos, con una ambición legítima en su carrera, pero para la cual se comprometen con promesas a cambio de votos. ¿Y qué sucede cuando ambición y promesas entran en colisión? Quien reacciona y actúa como un hombre íntegro o bien como un villano no es un político por el hecho de serlo, sino un ser humano que opta por una u otra actitud en el ámbito de la actividad política.
El director muestra que, aunque la política sea a menudo un “campo de minas” en el que se pone a prueba la honradez y la integridad, hay seres humanos para quienes las promesas (término que da título al film) dadas en campaña tienen valor de ley. Desgraciadamente, también existen los otros.
El trabajo actoral es muy bueno en general, pero hay que destacar muy especialmente a una magnífica Isabelle Huppert, que se armoniza y se complementa perfectamente con Reda Kateb. En conjunto es una película muy interesante que sería bueno no dejara de ver ninguna persona dedicada a la cosa pública, para que se parara a reflexionar sobre el valor de las promesas hechas a los ciudadanos. Sería un primer paso para, tal vez, optar por dar a la conciencia el espacio que le corresponde.