Cine y Valores

Nunca es demasiado tarde

Título original: 
Still life
Género: 
Puntuación: 
6

Average: 6 (1 vote)

Publico recomendado: 
Año: 
2013
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
92
Contenido formativo: 
Crítica: 

Kennington, zona sur de Londres, en la actualidad. John May (Eddie Marsan), 44 años, es un funcionario de la administración local, cuya tarea consiste en localizar a los parientes de los que han muerto solos y proporcionarles sepultura. Es un hombre rutinario y meticuloso hasta la obsesión, que vive solo, sin familia ni amigos. Viste siempre la misma ropa, come lo mismo y cada uno de sus días es exactamente igual al otro, la misma ruta, idéntico horario, las mismas ocupaciones. Su vida está enteramente dedicada a su trabajo, en el que sobrepasa con mucho lo que serían sus estrictas obligaciones: busca infatigablemente posibles allegados del difunto, organiza el funeral, escoge la música adecuada, escribe el elogio fúnebre y se asegura de que descanse en una sepultura digna.
Un día le asignan un nuevo caso –un anciano alcohólico llamado Billy Stoke, que ha aparecido muerto justo en el piso de enfrente del apartamento de John–, que será el último, puesto que el jefe le da la terrible noticia de que su departamento va a ser objeto de una reducción de plantilla y él va a ser despedido. El nuevo caso es complicado y John le pide a su jefe unos días más para poder terminarlo, aunque ya ni los cobre y los gastos corran de su cuenta.
John va al domicilio de Billy para buscar pistas, y, como en el negativo de una fotografía, ve su propia vida: la misma cocina, las mismas habitaciones que él, pero en lugar de orden y pulcritud, todo es desorden y suciedad acumulada. Sin embargo, indagando en sus pertenencias y siguiendo las pistas que ha encontrado, va descubriendo que ese hombre de vida quebrada por el alcohol y las malos hábitos –al contrario que él mismo–, había tenido una historia de vida muy interesante, con una personalidad muy particular que exacerbaba los ánimos pero que también se hacía amar, y que, por su propia culpa, acabó arruinado y distanciado de los que lo habían querido.
Recorre el país en busca de las personas que habían tenido relación con el difunto y conoce a Kelly (Joanne Froggatt), hija de Billy a la que él abandonó, convertida ahora en una mujer solitaria y sin ilusiones. Entre ella y John surge de inmediato una cierta atracción, y él empieza a liberarse de las estrictas rutinas de su vida: se pone un jersey de color, toma chocolate en lugar de té, tiene una cita con Kelly…
Es una película curiosa, con pocos actores y escasos diálogos. Toda la acción se centra en John May, un hombre aparentemente anodino pero que tiene la sabiduría de captar que detrás de un cuerpo muerto late todavía todo un ámbito de vida, ese tejido de relaciones que el difunto tejió a lo largo de su biografía. Y ese ámbito merece ser tratado con reverencia. En una escena conmovedora, John visita el apartamento donde ha fallecido una anciana y el espectador, siguiendo la mirada del funcionario, contempla con respeto el hueco que dejó en la almohada la cabeza de quien, unas horas antes, vivía y amaba.
La película, una comedia negra, porque mueve más a la sonrisa que a la emoción, nos ofrece un personaje aparentemente gris y mediocre, pero admirable por su grandeza en afrontar la vida y la muerte, abierto a la trascendencia y capaz de comprometerse con los que a nadie tienen. Eddie Marsan lleva a cabo una gran labor, muy bien secundado por el resto de actores, y Uberto Pasolini nos ofrece una gran película que cuenta, además, con una banda sonora maravillosa.
Tal vez no para el gran público, pero es una película recomendable.