LA HUMANIDAD HERIDA
Cuarto largometraje de Alice Winocour, cuyo hermano fue una de las víctimas del atentado en Bataclan, en 2015.
Memorias de París narra la historia de Mia, superviviente de un atentado en una cafetería en París. Tres meses después de los hechos terribles de ese día, a Mia solo le quedan pequeñas briznas de recuerdos dispersas en la memoria, y no ha sido capaz de superar el trauma sufrido. No ha podido todavía retomar su trabajo de traductora de ruso en la radio y su vida de pareja está haciendo aguas. No murió en el atentado, pero se quedó sin vida. Así las cosas, Mia decide intentar poner en orden las piezas del puzle de su memoria, para encontrar una salida a su bloqueo y recuperar su equilibrio personal.
Aunque la cineasta tiene el acierto de evitar cualquier referencia directa al atentado de 2015 ni a la naturaleza de los terroristas, la película de Winocour quiere ser un homenaje a los que murieron en Bataclan y servir de un cierta catarsis para quienes sobrevivieron al horror. Su objetivo no es de denuncia, sino que la película se centra en el difícil camino de superar el dolor y alcanzar la reconstrucción personal después de un trauma. No es una historia de malvados, ni de motivaciones perversas, ni de una sociedad horrorizada que quiere defenderse haciendo justicia. Es un relato de víctimas, de personas heridas en lo más profundo, a las que la naturaleza ha querido proteger de tanto dolor borrándoles la memoria. Pero el ser humano es memoria de su pasado, lo necesita para vivir el presente y proyectarse al futuro. A Mia le urge abrir sus heridas, cueste lo que cueste, duela lo que duela, para que respiren y el aire renovado vuelva de nuevo a entrar en su corazón y le permita reconocerse a sí misma, amar y dejarse amar.
Memorias de París tiene el sabor amargo de un ser humano que se ve en la difícil situación de superar el duelo de sí mismo, intentar volver a encontrar la propia realidad, su reserva de recuerdos y su verdad de persona, y aprender a vivir en un mundo que ahora le resulta desconocido, al que ella no pertenece.
Virginie Efira no solo da vida al personaje de Mia, sino que lo recrea a medida que avanza en su reconstrucción personal después del horror. Benoît Magimel le da réplica con un personaje conmovedor, casi incapaz de andar con sus piernas y con su alma. Todo un simbolismo.
Al final del túnel negro del trauma vivido, se alumbra la grandeza del ser humano, capaz de elevarse a lo mejor después de haber sufrido la experiencia de lo peor. Este el sentido esperanzador del abrazo final.