Cine y Valores

La cocinera del presidente

Título original: 
Les Saveurs du Palais
Puntuación: 
6

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Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2012
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
95
Contenido formativo: 
Crítica: 

Hortense Laborie, una renombrada cocinera de la región de Périgord es requerida para regentar la cocina privada del Presidente de la República en el Palacio del Elíseo, en París. Allí ejercerá su oficio durante más de dos años, hasta que, cansada de las intrigas palaciegas, presente su dimisión. Durante el año siguiente, permanecerá, como jefe de cocina en la Base científica Alfred Faure del archipiélago Crozet, en los territorios australes y antárticos franceses. El guión está inspirado en Danièle Mazet-Delpeuch, la única mujer que ha cocinado en el Elíseo, que trabajó para el Presidente Mitterand.
Las dos historias de Hortense Laborie –los casi tres años en el Elíseo seguidos del año en la Antártida– aparecen en la película intercalados, tiempo real para la Base Alfred Faure, flash-back para su estancia en el Palacio presidencial. De hecho, la película empieza la víspera de la despedida de Hortense en la Base, para retrotraerse enseguida hasta cuatro años atrás, en su granja del Périgord, cuando se inició su aventura como cocinera del Presidente de la República.
Este recurso de saltos de espacio y tiempo no sólo consigue el efecto de mantener tensa la atención del espectador, sino que, sobre todo, va marcando las diferencias entre ambas historias. Hortense es la misma persona y desempeña idéntica función. Lo que varía sustancialmente son las relaciones con el entorno. En el Elíseo encuentra calor y amistad en el Presidente, en Nicolas Bauvois, su ayudante de cocina, y en Jean-Marc Luchet. Pero por parte del resto sufre envidias, intrigas, descalificaciones y dificultades. Se insinúa el machismo, pero no se acaba de entrar en él, no se llega a describir. Sólo es una característica más de personas humanamente muy pobres, a pesar de los cargos que puedan desempeñar. En el Palacio, son todos altos funcionarios o personal cualificado de cocinas. Tienen en común que no soportan a alguien creativo, que haga de su trabajo un arte y que, por tanto, no se someta fácilmente al automatismo de la cadena organizativa. Es como si cada uno de esos personajes que realiza su trabajo repetitivamente, siempre idéntico, invariable, se sintiera importante, responsable de una labor sagrada, intangible. De este modo todo el engranaje de palacio funciona fluidamente, como una máquina perfecta y bien engrasada.
Pero hete aquí que Hortense es capaz de ser altamente creativa sin, por ello, dejar de ser respetuosa, en lo esencial, con las normas, el protocolo y la organización interna. Es como una bocanada de aire fresco en un ambiente engolado, hierático y “funcionarial” en el peor sentido del término. Y la gota que rebosa la copa de las envidias y rencores es la atención y afecto que le dispensa el Presidente. Todas esas personas tan amables, tan correctas en las formas, se manifiestan como seres sin ninguna humanidad, dispuestos a eliminar a quien les moleste o, sencillamente les haga sombra.
En la Base, por el contrario, se encuentra con seres sencillos, incluso a veces algo rudos, pero entrañables. Al principio algo impresionados por la mujer que ha accedido al puesto de trabajo propuesto para un varón, por las duras condiciones de trabajo y de vida en ese lugar. También esto es un contraste con el desprecio en la cocina central del Elíseo, por el hecho de ser mujer. En un caso tiene la lógica, no discriminatoria en razón del sexo, sino de la elección del perfil más adecuado por las duras condiciones de trabajo. Sin embargo, por parte de los cocineros del Elíseo, hay un claro trato vejatorio de Hortense, por el hecho de ser mujer.
Los actores, todos sin excepción, cumplen perfectamente con su papel. Catherine Frot encarna perfectamente su papel de mujer sencilla pero refinada y con mucha clase. Se echa de menos conocer algo más de su vida privada –sólo sabemos que tiene una hija, un tío y una granja–, pero finalmente tampoco es sustancial para la historia. En el papel del presidente de la República vemos al escritor y miembro de la Academia Francesa Jean d’Ormesson, en su primer papel para el cine. Le da majestad y elegancia a su personaje, pero con cercanía personal y un punto de ironía que lo hacen grato, a pesar de que tal vez resulte algo mayor para un cargo político de tan alta responsabilidad.
La película, en su conjunto, es un elogio a la cocina. Pero que nadie espere algo comparable a la belleza de El festín de Babette (Babettes gæstebud, Gabriel Axel, 1987, recientemente en versión digital restaurada) ni al emotivo poder simbólico de algunas de sus escenas. La cocinera del Presidente se queda en la superficie, es una película “argumental”. Pero resulta muy entretenida y se sigue con interés, sin que la elaboración y cata de platos resulte monótona en ningún momento.
Conviene advertir que la película tiene efectos secundarios: excita los jugos gástricos. Hay que tener, pues, previsto que se sale de la sala con un apetito voraz y un indescriptible deseo de saborear, en plan goumet, un plato de “abuela”, como repetidamente se oye, regado con un caldo adecuado (Aviso importante: las palomitas no constituyen alternativa).