Durante la crisis financiera, Paladiki, una pequeña isla griega, pidió a Avo-Bank, un banco alemán, que financiara la construcción de un hospital y una planta energética. El banco tiene sospechas de que los griegos se están quedado el dinero pero no han llevado a cabo las obras, y envía a uno de sus empleados, Jörg Geissner, para controlar el destino de las inversiones. Éste, al llegar a su destino, comprueba que, tal como se sospechaba, las obras ni tan siquiera han empezado. Pero los habitantes de la isla, capitaneados por Spyros, el alcalde, hacen mil barbaridades para confundir al inspector y evitar que envíe a la entidad un informe desfavorable. La estancia en Paladiki se convierte para Geissner en un auténtico tormento, pero, con el paso de los días, las relaciones con los lugareños se van haciendo entrañables hasta que no sólo cambie su mala opinión sobre Grecia y los griegos, sino que se cuestione también su idea sobre el lugar del trabajo y del ocio en la vida de una persona.
Se trata de una comedia menor, con el objetivo de contraponer los tópicos de la idiosincrasia griega con el carácter riguroso de los alemanes. El título original “Highway to Hellas”, en inglés a pesar de ser una película alemana, es un juego de palabras con una canción de los AC/DC, “Highway to hell”, “Autopista al infierno”, cambiando “hell”, infierno, por “Hellas”, transcripción de “Grecia” en griego. El título español, tan distinto del original, pretende hacernos pensar que podríamos estar ante una versión de la deliciosa película de Dany Boon, “Bienvenidos al norte”. Pero pronto el espectador comprueba decepcionado que no hay comparación entre una y otra película.
El guion de “Bienvenidos a Grecia” es inconsistente, se limita a una sucesión de gags que, como mucho, provocan una leve sonrisa. En cuanto al elenco, cumple discretamente, sin nada ni nadie que destacar. En conjunto, un película plana, sosa y prescindible.