ROJO Y NEGRO
Argentina, mediados de los años 70. Una casa anónima. De tanto en cuanto la puerta se abre y van saliendo algunas personas, unas con una maleta en la mano, otras sin nada. Produce sensación de tristeza, de abandono. ¿Pero, de qué se trata? La siguiente escena es todavía más inquietante. Nos traslada a un pequeño restaurante familiar. Claudio, un conocido abogado de la localidad, está esperando a su esposa para consultar la carta y hacer la comanda. Un desconocido, muy airado porque no hay un sitio libre y Claudio ocupa una mesa sin tomar nada, empieza a increparlo. Claudio le cede la mesa pero, con fría calma, le dirige unas palabras que suponen una humillación pública. Todos los presentes dan la razón a Claudio.
Tiempo después, cuando el abogado y su esposa han terminado de cenar y están a punto de regresar a su casa, el desconocido surge de las sombras dispuesto a vengarse. Es el detonante de una historia de violencia que retrotrae a un pasado oscuro, sin otro horizonte que el miedo, los secretos y los encubrimientos.
Tras el incidente, la vida de Claudio retoma su normalidad hasta que, algunos meses más tarde, se presenta en su despacho un famoso detective, antiguo policía y muy conocido en la actualidad por unos programas de televisión dedicados a la resolución de casos difíciles de desapariciones. Justamente ahora está investigando la desaparición de un hombre que parece coincidir con el tipo que tuvo el altercado con Claudio meses atrás.
La acción se desarrolla en vísperas del golpe de Estado de 1976, que convirtió al teniente general Jorge Rafael Videla en Presidente de la nación. Pero realmente no hay referencias directas al mismo, aunque sí se refleja el ambiente de corrupción, como el hecho de apropiarse de una casa, porque, textualmente, «si no lo hacemos nosotros, otros lo harán»; y hay frecuentes alusiones al ambiente de frecuentes desapariciones que no llegaban a resolverse. La ambientación y la fotografía están muy logradas para situarnos en los años previos a la dictadura argentina. Los colores fríos, rojo, tonos ocres y negro ofrecen ese ambiente seco tan apropiado para envolver el miedo sordo. De hecho es casi lo mejor de la película.
Dario Grandinetti (Francisco. El padre Jorge) hace bien su papel de abogado taciturno y reservado y la joven Laura Grandinetti, su hija en la vida real y en la ficción, como Paula, sabe estar a su altura. Alfredo Castro (Neruda) está correcto, pero no acaba de convencer como el detective Sinclair. Como no podía ser menos, Andrea Frigerio (Mi obra maestra, Ciudadano ilustre), borda su papel.
No es una gran película, pero permite pasar el rato.