Cine y Valores

La clase de piano

Título original: 
Au bout des doigts
Género: 
Puntuación: 
7

Average: 7 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2018
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Distribuidora: 
Duración: 
105
Contenido formativo: 
Crítica: 

EL REINO DE LA BELLEZA

Mathieu Malinski vive con su madre y sus hermanos en un barrio obrero, en las afueras de París. A pesar de ser poco más que un adolescente, está ya fichado por la policia por los frecuentes robos que ha perpetrado con sus compañeros, pequeños delincuentes como él. Lo que estos no saben es que a musica es el íntimo secreto y el gran amor de Mathieu, desde que, en su infancia, el anciano M. Jacques descubriera que tenía un don muy especial y le iniciara en el mundo de la música clásica.

En el enorme vestíbulo de la estación del Norte, donde miles de personas se apresuran, sin reparar los unos en los otros, hay un piano a disposición de los viajeros. Allí suele acudir Mathieu, se sienta en la banqueta y, a pesar del bullicio del entorno, se aísla totalmente, e interpreta con toda el alma, a Bach o a Chopin. Un día, entre la multitud indiferente, un hombre, que no es otro que Pierre Geithner, director del Conservatorio Nacional Superior de Música, se queda sobrecogido escuchándolo. El joven no responde a su apelación, pero Geithner no se da por vencido. Ha comprendido que las circunstancias de ese chico no le permitirán jamás que pueda desarrollar su don y decide que él va a encargarse de promocionarlo. Así, cuando Mathieu es detenido, una vez más, Geithner consigue que le conmuten la pena de prisión por horas de trabajo de servicio a la comunidad en el mismo Conservatorio, que es una forma de acercarlo.

Desde las primeras escenas, la película es totalmente previsible. Entre el París refinado y el barrio humilde, entre el culto reverente a la música en el templo de la belleza que es el Conservatorio y el adolescente rebelde y desconfiado, van surgiendo todos los clichés en una trama incapaz de sorprender. Algunas escenas, como ese final corriendo por las calles de Paris constituyen un tópico insufrible. Pero otras son bellísimas y de una honda ternura, como el pequeño Mathieu asomándose tímidamente, atraído por la música que brota del piano de M. Jacques, o cuando, ya adulto, antes de posar sus dedos sobre las teclas, rinde un homenaje de gratitud al que fue su maestro.

A pesar de sus limitaciones, la película atrapa, contagia optimismo, y nos hace seguir con interés el tormentoso proceso de maduración personal y de aprendizaje de ese muchacho perdido en un mundo extraño para él, en el que se siente inseguro. Nos identificamos con los miedos y las incertidumbres de Mathieu, su sensación de estar en un lugar que no le corresponde, sobre todo cuando debe enfrentarse a la «condesa», tan dura y exigente que parece imposible que pueda llegar a conectar con ella.

Son principalmente los tres personajes centrales los que consiguen dotar de vigor y emoción el relato y los que nos conmueven el corazón. Son tres personas totalmente distintas, cada una con un pasado doloroso del que han sido rescatadas gracias a la música. Las tres tienen en común ese profundo vínculo, ese amor por la música que les esponja el alma y que los eleva por encima de la mediocridad. Los personajes de Geithner y de la condesa rezuman humanidad y fe en el hombre. La música no es para ellos un oficio, sino un valor que se vive hasta lo más profundo de su ser. Como se dice en el film, habitan la música como la música habita en cada uno de ellos. Lambert Wilson y Kristin Scott Thomas están inconmensurables encarnando a esas dos buenas personas, dispuestas a comprometerse y arriesgarse por aquello que aman y en lo que creen: la música y el hombre. También Jules Benchetrit nos hace cercano y entrañable a ese joven músico atormentado y sobrepasado por los acontecimientos, a quien la sola vista de un piano le hace vibrar.

La escena final, con una música tan hermosa y esa corriente cálida de afecto entre los tres personajes, hace olvidar los defectos de un guion endeble y nos deja el buen sabor de la belleza musical y de la fe en el ser humano. Imprescindible para los amantes de la buena música.