Carlos, escritor de guiones de cine, frustrado profesionalmente y amargado en su vida personal, entra como alelado y sin rumbo en una librería-bar. Al momento se le acerca Irene, misteriosa mujer de 30 años, y le propone un juego: entablarán una relación pero sin decirse nada que los identifique, ni nombre, ni dirección, ni correo, ni teléfono. “Hada loca” y “duende chiflado” deben aprender a conocerse a base de preguntas y respuestas ambiguas, en las cuales está aceptada la mentira. Una norma básica del juego es no enamorarse. A medida que avanza la historia, nos vamos enterando de que ambos llevan una dolorosa herida sentimental.
Hasta ahí, una historia romántica típica y previsible, que hubiera podido resultar agradable si no hubiera perdido de inmediato el prometedor tono de ingenuidad de la primera escena.
Bajo su capa de amabilidad y hasta de ternura en algunos momentos, Irene y Carlos son dos seres superficiales, totalmente egoístas, dispuestos a utilizarse el uno al otro para solucionar cada uno su conflicto interior. Aunque se emplea el término amor, en realidad, en toda la historia, se refieren a pura atracción que, en algún caso llega a la dependencia. De algún modo, el excéntrico personaje de Cristóbal lo verbaliza, cuando dice que es sexo lo que el varón busca ante todo. De todos modos, como era de esperar, tampoco faltan en los protagonistas alusiones directas al sexo, con una zafiedad que resulta, como poco, patética.
En ningún momento se percibe en los personajes –Irene y su novio Jorge, Carlos y su esposa María– ni un atisbo de disposición a la entrega personal ni la más mínima sombra de arrepentimiento por el dolor causado. De hecho, no hay en ellos ninguna profundidad, se limitan al hombre nihilista que busca la satisfacción inmediata de sus deseos y sus carencias, y sin ello se siente frustrado. Por supuesto el otro no es para él más que un instrumento al servicio de esa causa cicatera.
La historia se desarrolla en una serie de secuencias, que se corresponden con los encuentros de los protagonistas, en las que prácticamente no hay acción, tan sólo largos diálogos que pretenden ser inteligentes pero que, con tanta pretensión cultural y tanto alarde extemporáneo de Capote y de Bukowski, acaban resultando plúmbeos y hasta llegan a rozar el ridículo.
Eduardo Noriega y Michelle Jenner hacen lo que pueden para salvar un guion pretencioso e impostado, aunque el escollo es demasiado grande para poder ser salvado. Amaia Salamanca, Gabino Diego y Fele Martínez cumplen bien, la fotografía es hermosa y la banda sonora adecuada y agradable. Pero el guion es tan flojo que todo lo demás pasa irremisiblemente a segundo término.
Lo mejor de la película es que sólo dura 92 minutos. Aunque aun así se hace larga.
Nuestros amantes
Puntuación:
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Publico recomendado:
País:
Año:
2016
Dirección:
Guión:
Fotografía:
Música:
Intérpretes:
Distribuidora:
Duración:
92
Contenido formativo:
Crítica: