EL HIDALGO DE LOS MARES
1968. Donald Crowhurst, un navegante aficionado, está al borde de la quiebra. Para conseguir salvar su empresa y vivir una gran aventura, decide participar en la Sunday Times Golden Globe Race dando la vuelta al mundo en su velero, en solitario y sin escalas. Apoyado por su esposa y sus tres hijos, inicia su odisea por los mares del mundo. Pero su inexperiencia y la falta de condiciones del velero por él diseñado harán que Crowhurst deba enfrentarse a dificultades insuperables.
Con el principal objetivo de conseguir el dinero del premio, que le permitiría salvar su empresa y proteger así a su familia, ese soñador se lanza a una prueba que sobrepasa ampliamente sus capacidades y posibilidades, con lo que, paradójicamente, corre el riesgo de dejar tras sí una viuda y tres huérfanos con la despensa vacía.
James Marsh reconstruye bien la época y le da un tono ocre y apagado a sus imágenes que encaja perfectamente con el estado de ánimo del personaje, cada vez más anonadado ante las colosales fuerzas de la naturaleza que se ciernen sobre él. El sonido está muy logrado, reproduciendo el ímpetu de las aguas del océano que se agitan estrepitosamente y golpean amenazantes el endeble cascarón de nuez en el que el héroe pugna por sobrevivir.
Lo mejor de la película es la interpretación de Colin Firth, totalmente creíble en el papel de Crowhurst. El actor sostiene la mayor parte de un metraje que, sin embargo, acaba haciéndose largo y pesado. Marsh no consigue que la odisea en el mar mantenga un tono creciente de emoción, porque los frecuentes flashbacks sobre el pasado familiar del héroe son tan frecuentes que rompen el ritmo y aflojan la tensión. Junto a la magnífica interpretación de Firth, Raquel Weisz está impecable como la valiente y dulce madre de familia. Destaca también el trabajo de David Thewlis en su papel del agente de prensa Rodney Hallworth, y de Ken Scott en el de Stanley Best el hombre de negocios patrocinador de Crowhurst.
Contra lo que cabría esperar, la película no es una historia de superación personal. Donald no se crece ante la adversidad, sencillamente la afronta como puede. Los medios de comunicación son indirectamente criticados por transmitir información sin verificar y por la manipulación que esos artículos sin fundamento veraz pueden ejercer sobre la opinión pública. Pero lo más interesante del drama es que muestra cómo una mentira puede ser útil para solucionar un problema inmediato, pero desencaja al hombre de su centro. El hombre auténtico puede estar físicamente aislado, pero nunca solo, porque las relaciones valiosas, de amor o de amistad, sobrevuelan el tiempo y espacio. Sin embargo, si un hombre se envuelve en la mentira, automáticamente deteriora los vínculos de encuentro personal -que exige confianza y veracidad-. En este caso los términos se invierten: el hombre mendaz puede no estar físicamente aislado, pero, en su interior, está radicalmente solo, porque ha roto los lazos de unión con los demás.
La película permite pasar un buen rato, disfrutar de una interpretación notable y, además, da que pensar.