Cine y Valores

Un doctor de la campiña

Título original: 
Médecin de campagne
Género: 
Puntuación: 
7

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Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2016
Dirección: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
109
Contenido formativo: 
Crítica: 

En un rincón de Normandía, al norte de Francia, el doctor Jean-Pierre Werner, el único médico de familia en muchos kilómetros a la redonda, no escatima tiempo para dedicarse a sus pacientes, ya sea calzándose las botas de campo y desplazándose a las granjas donde alguien requiere sus servicios ya sea en la consulta de su casa, siempre repleta de personas esperando ser atendidas. Tal vez su labor como médico en esa zona rural no precisa una gran competencia científica, pero tiene un gran poder sanador, porque atiende al cuerpo y al espíritu. Su cercanía humana con los enfermos los tranquiliza, confían en él, y por eso se resisten a ser atendidos por otro facultativo que no sea el doctor Werner, quien es, además de su médico, su amigo, confidente y consejero. Por eso jamás se le ocurre pensar en retirarse, ni cuando él mismo cae enfermo, aquejado de un cáncer en la cabeza.
Un colega amigo suyo que le trata la enfermedad le envía una médico ayudante, Nathalie Delezia, con larga experiencia de enfermera, que acaba de licenciarse en medicina. La poca estima que Jean-Pierre profesa por el sistema hospitalario la proyecta de inmediato sobre la “intrusa”, que ha ejercido durante años como enfermera en ese ámbito que a él le parece frío y deshumanizado, tan distinto de la medicina basada en la atención y el respeto a la persona en su integridad y en las relaciones humanas cálidas. Nathalie lo va a tener muy duro para hacerse un hueco junto a ese hombre, pero también tiene ahí mucho que aprender y mucho que ofrecer.
El guion es impecable, impregnado de realismo, con personajes de carne y hueso, que trabajan, ríen, lloran, sufren, se divierten, bailan, se aman… François Cluzet está magnífico en su papel. Cualquiera diría que él mismo ha sido médico toda su vida. Ambos, Cluzet y Marianne Denicourt se complementan perfectamente y forman una pareja soberbia. Al principio parecen confrontados: él, con mucha más experiencia, partidario de una medicina tradicional, cercana y comprometida, con una cierta dosis de psicología para comprender al enfermo; ella, más metódica y científica; él más centrado en la persona del enfermo, ella en la ciencia médica. Pero, poco a poco, irán descubriendo que, aunque en cierto modo difieren en los métodos, ambos tienen el mismo ideal, que es la salud del enfermo, y sus mutuos recelos se irán limando paulatinamente.
Pero si ellos dos son los protagonistas, el auténtico “héroe” de la historia, a quien Thomas Lilti rinde un homenaje, es la profesión o, por mejor decir, la misión del médico, que, si se vive con autenticidad, no es algo que pueda ejercerse con fines lucrativos. Es una entrega total al bien, una donación de la propia persona para curar o, por lo menos, mitigar los problemas de salud y las secuelas espirituales que suelen llevar consigo. Ser un auténtico médico de familia, humano y cercano, exige, sin duda, una abnegación cuyo precio es muchas veces la soledad e, incluso a veces, la incomprensión de los propios colegas, que en no pocas ocasiones abogan por la aplicación de los remedios sin tener en cuenta que no hay un órgano enfermo en sí mismo, sino una persona con un órgano enfermo. Es, por tanto, toda la persona quien está enferma.
Thomas Lilti, que ha ejercido como médico antes de dedicarse al cine, ya nos había ofrecido otra película en 2014, “Hipócrates”, sobre el tema de la sanidad, que tanto le preocupa. Pero si entonces hacía una crítica al sistema sanitario francés, con “Un doctor en la campiña” nos ofrece un canto a los médicos que, día a día, desempeñan generosamente su admirable labor. Es una historia llena de valores humanos en la que se hace también referencia al dilema moral que se plantea acerca del encarnizamiento terapéutico, no siempre fácil de delimitar, incluso con la mejor voluntad de cuidar la vida del enfermo y procurar su bien.
Es un film que invita a no quedarse sólo en la superficie del argumento, sino a profundizar en cómo, tanto en el ámbito de la medicina como en cualquier otro, sólo las relaciones humanas generosas son capaces de encauzar debidamente cualquier profesión y actividad.