ENTRE EL AMOR Y EL OLVIDO
Sam, un renombrado pianista, y Tusker, acreditado escritor, mantienen una relación amorosa homosexual desde hace veinte años. Hace dos años, a Tusker le diagnosticaron una disfunción cerebral irreversible. Los medicamentos no le surten efecto y a la grave pérdida de memoria, van añadiéndose otros síntomas. Sam intenta sobreponerse y se desvive por cuidar a Tusker, mientras este intenta disimular su inseguridad y su desazón por no hacerle sufrir más todavía.
Así las cosas, deciden emprender un viaje en su vieja autocaravana para visitar a familiares y amigos y acercarse a lugares que guardan para ellos agradables recuerdos. A modo de recapitulación o, tal vez, de despedida, quieren recuperar personas y vivencias del pasado que han sido importantes en su vida. Están intentando arañar unas últimas gotas de gozo a su vida en común, pero no pueden evitar que un espeso velo de tristeza los envuelva irremisiblemente.
Prácticamente toda la trama se reduce a esto. La cámara sigue a los dos personajes en esa road-movie a ninguna parte, los contempla interactuar entre ellos y con familiares y amigos, escucha sus palabras y vibra con sus emociones. Todo es previsible, la historia es muy plana, pero, el trabajo espectacular de esos dos actores inconmensurables, Colin Firth y Stanley Tucci, es suficiente para mantener el interés del espectador.
Ahora bien, si con exactamente el mismo guion, mismo relato, mismos diálogos, gestos, caricias y miradas, en lugar de tratarse de una relación homosexual, los protagonistas hubieran sido un hombre y una mujer, sin lugar a dudas, la película sería tratada de almibarada y cursi hasta la extenuación. Y hasta, incluso, se la habría tachado de superficial por no abordar un poco más a fondo la calidad del amor de cada uno de los personajes, como sí lo hicieron magistralmente Richard Glatzer y Wash Westmoreland en la película de la misma temática, Siempre Alice, que le valdría a su protagonista, Julianne Moore, el Óscar a Mejor Actriz (2015).