Segunda mitad del siglo XVII. Dos jóvenes jesuitas portugueses, el P. Sebastiao Rodrigues y el P. Francisco Garpe viajan a Japón para investigar la desaparición del que fuera su formador, el P Cristóvão Ferreira. Se han recibido noticias confusas y sin constatar de que, tras ser torturado, Ferreira había apostatado y había abrazado la religión y las costumbres de Japón. En esa época, el cristianismo estaba totalmente prohibido y castigado con duros tormentos y hasta con la muerte. Los dos misioneros sufren en sus propias carnes la persecución y los suplicios, y su peligroso viaje por tierras niponas va a convertirse en un itinerario interior no menos proceloso e inquietante, en el que van surgiendo preguntas sin respuesta, que siembran el desconcierto y la inquietud en el fondo de su alma. Las dudas, vacilaciones e incertidumbres de los dos protagonistas se trasladan directamente al espectador que no puede por menos de sentirse interpelado por los grandes interrogantes que se sugieren: ¿Cuándo el testimonio de la fe se convierte en obcecación o en orgullo?; ¿Es lícito mantener el testimonio si supone el dolor y la muerte de inocentes?; ¿Y la mentira con retractación interna?; ¿Pero, por otra parte, tendría sentido una fe de la que no se diera testimonio?; ¿Valdría de algo una fe que no impregnara toda la vida y se acomodara a las circunstancias?
A través de un episodio histórico de los jesuitas en Japón, Scorsese propone una profunda reflexión sobre el silencio de Dios, que da título a la película. Y de forma tangencial se abordan temas tan interesantes como la existencia de la verdad, el sincretismo religioso, la manipulación del espíritu, la presencia en el hombre del Cristo sufriente, la necesidad de inculturización de la religión, el poder sanador y consolador de los sacramentos. Es conmovedora la tácita absolución cuando Sebastiao Rodrigues rechaza escuchar en confesión a Kichijiro, pero apoya silenciosamente su mano en la cabeza del traidor, como un signo de que la paciencia de Dios es infinita, Él no se cansa nunca de perdonar.
Silencio es una película intensa, profunda, compleja. Se desarrolla lentamente adentrándose en el corazón dolorido del hombre que vive la noche de la fe. Es un film para contemplar, con una fotografía espectacular. Rodrigo Prieto maneja la luz, a veces difuminada por el humo o la niebla y nos ofrece unas imágenes deslumbrantes. Los actores están todos magníficos y la factura es impecable.
La película, bellísima, con una enorme carga simbólica - en la historia hay constantes referencias bíblicas, como las monedas que cobra el traidor y que acaba arrojando mordido por los remordimientos- y unos cuestionamientos que estremecen también al espectador: ¿Por qué calla Dios ante el dolor del hombre? La escena final parece orientar la respuesta: El silencio de Dios es elocuente, porque Él está presente y habla en el silencio.
Martin Scorsese nos ofrece una verdadera obra de arte, una auténtica joya que ningún amante del buen cine debería perderse.