VOLIS PACEM, PARA… PACEM
Dinamarca, en la actualidad. Talib, un joven inmigrante musulmán, detenido por un delito de tráfico, es tratado salvajemente por dos agentes de policía y fallece en el hospital. Contraviniendo todas las recomendaciones, los agentes de policía Høyer y Andersen se han adentrado en el gheto de Svalegarden. La noticia de la muerte de Talib desata violentos disturbios en el barrio, que se convierte en un infierno sin salida para los dos agentes.
Anders Ølholm y Frederik Louis Hviid nos ofrecen una película potente, bien rodada, que sabe mantener la tensión sin dejar que el espectador desconecte del contenido humano de los personajes. Los actores llevan a cabo un trabajo espectacular, especialmente los dos protagonistas, Jacob Lohmann y Simon Sears. Tarek Zayat está magnífico como el joven Amós y muy bien todos los secundarios.
Al principio, parece una historia de «poli bueno y poli malo». Uno, el más sosegado Jens Høyer (que nos remite al cabo Stéphan Ruiz, de Los Miserables (Ladj Ly, 2019, en circunstancias muy parecidas) y el otro, Mikel Andersen, un xenófobo endurecido y enloquecido por el duro trabajo de tratar de imponer el orden y la ley sobre una población marginada y desesperanzada. Pero, a medida que avanza la historia, empiezan a surgir las dudas en el espectador sobre quién es quién, quién es el «poli bueno» y quién el «malo».
Unos y otros, agentes del orden y población del gueto, solo son seres humanos rotos por dentro, incapaces de mantener el equilibrio en una situación que los desborda. Cada uno tiene su familia y sus rasgos de bondad, pero también sus instintos de violencia y de crueldad. Todos son buenos, todos son malos. Todos son náufragos en las aguas procelosas de un sistema social contradictorio e injusto.
El espectador entra totalmente en la trama y, sobre todo, penetra en el interior de los personajes. No es solo un film de acción y violencia, es una lucha interior, el conflicto de muchas personas, buenas en el fondo, pero a quienes el rol que la sociedad les ha asignado las ha embrutecido.
Si se quiere la paz hay que preparar esforzadamente la paz, no la guerra. Es decir, hay que vivir la comprensión, la ayuda y la solidaridad, con un referente ético claro: la verdad y la justicia no pueden ser conculcadas por un corporativismo a ultranza. No todo vale para imponer el orden y la ley; no todo vale para reivindicar los derechos transgredidos.
Una película profundamente humana bajo la capa de furia y sangre. Conmueve e interpela.