España, 1901. Pedro Poveda, un joven sacerdote de 27 años, decide, casi en contra de la opinión de todo su entorno, dedicarse a atender a los “cueveros”, en la Cuevas de Guadix en Granada, una zona marginal. Aunque al principio es recibido con desconfianza y hostilidad, pronto las suspicacias se convierten en cariño y adhesión y empieza a desarrollar una intensa labor social y educativa. Pero su fama de hombre reverenciado por los cueveros es mal comprendida, despierta recelos y envidias en la sociedad civil y hasta en la eclesiástica, por lo cual recibe el mandato de trasladarse a Asturias. Allí, a los pies de la santina, no deja de reflexionar sobre su gran preocupación: la situación de la educación en ese momento y la necesidad de conseguir maestros cristianos que sean fermento de la renovación espiritual de España.
En 1911, con un pequeño grupo de jóvenes maestras, inicia un osado proyecto de formación de un profesorado cristiano cualificado. Sorprendentemente para aquella época, su obra adquiere un gran impulso, y surgen numerosas academias, residencias para las estudiantes y centros pedagógicos. En Jaén, Poveda conoce a Josefa Segovia, joven formada en la Escuela Superior de Magisterio, quien acoge la obra con entusiasmo y asume su dirección, renunciando para ello a una vida placentera.
Recién empezada la guerra civil, Pedro Poveda es detenido en Madrid y el 28 de julio de 1936 es asesinado en el cementerio de la Almudena.
La estructura de la película es muy original. Empieza con su detención y mediante sucesivos flashbacks, se van desarrollando los sucesivos capítulos de su historia, que culmina con su muerte. Cada una de esas narraciones obedece a la pregunta de uno de sus verdugos, empezando por un miliciano que se encierra con él con las peores intenciones. En esos diálogos, contemplamos cómo los guardianes van dejando la hostilidad y la crueldad a medida que van conociendo la realidad de compromiso social del hombre que espera su inminente muerte. La bondad incuestionable del detenido y la grandeza de su obra les conmueve y les enfrenta con su propio drama personal. Los valores, como la generosidad y el amor, no se imponen, pero son “imponentes”, capaces por sí mismos de atraer. En las peores circunstancias, la calidad de la persona, Poveda en este caso, tiene en sí misma carácter testimonial y evangelizador.
La película tiene algunos defectos, como un maquillaje no muy logrado para Pedro Poveda, fruto sin duda de la falta de medios, o alguna pequeña inconsistencia en el guion. Pero en conjunto está bien realizada y Pablo Moreno desarrolla una buena labor con la cámara. Los actores cumplen con dignidad, especialmente Elena Furiase, perfecta en su papel de Josefa Segovia.
El personaje central, Pedro Poveda, está muy bien trazado y, con rigurosa fidelidad a su historia, muestra la riqueza humana y espiritual de ese hombre, su clarividencia y el coraje que tuvo para llevar adelante un proyecto en extremo complicado, sin otra razón que el amor incondicional al hermano. Para comprender la magnitud de su empresa y todas las dificultades que tuvo que salvar, hemos de situarnos en la época en que ese joven sacerdote tuvo la intuición de crear una obra cultural apoyada en mujeres y llevada, además, por mujeres seglares. Hoy esto puede parecernos lo más natural, pero a principios del siglo pasado constituyó una auténtica novedad, casi una revolución. Eso explica las incomprensiones y los furibundos ataques que recibió en su propio entorno.
Poveda fue un precursor en la promoción de los derechos de la mujer, pero, como su entrega a los más desfavorecidos en las Cuevas, todo lo hizo sin ningún afán de protagonismo, sólo movido por su compromiso de amor evangélico y su inquietud por la cristianización de España desde la escuela. La película lo relata muy bien, conservando siempre la moderación, sin caer en un discurso feminista, totalmente ajeno a Poveda, y sin caer tampoco en juicios políticos. Narra los hechos tal como sucedieron, pero asépticamente, evitando hacer una historia de buenos y malos. Sólo pone el foco en un gran hombre, un sacerdote santo, un humanista ejemplar y un magnífico pedagogo.
Uno de los mayores aciertos de la película es que, aun siendo un biopic que narra la historia de un personaje concreto y describe los acontecimientos que jalonaron su vida, no resulta almibarada ni melodramática –ni aun en la escena en que el miliciano no puede contener las lágrimas–. Sin utilizar el recurso fácil de la exaltación desmedida del personaje, nos presenta la figura de un hombre extraordinario, capaz de entregarse con tanto corazón como inteligencia a la causa del Evangelio y crear una obra –la Institución Teresiana– que un siglo después sigue dando sus excelentes frutos. Por eso la imagen de Pedro Poveda se trasciende a sí misma, a su concreción histórica, y muestra la grandeza que puede alcanzar el ser humano cuando opta incondicionalmente por los grandes valores y consagra su vida entera a hacer el bien.
Debemos felicitar a Pablo Moreno, a Producciones Goya y a cuantos han colaborado en el proyecto, y agradecerles que nos permitan contar con películas como ésta, que con naturalidad y un punto de vista objetivo, nos ofrecen acontecimientos de la reciente historia del cristianismo en nuestra país que deben llenarnos de orgullo y que nos sirven de ejemplo para afrontar realidades y circunstancias en el fondo muy parecidas –algunas frases y soflamas tienen plena actualidad– con el equilibrio, la sensatez y, sobre todo, la profunda fe y coherencia con que supo hacerlo Pedro Poveda.
Poveda
Género:
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Publico recomendado:
País:
Año:
2016
Dirección:
Guión:
Fotografía:
Música:
Intérpretes:
Distribuidora:
Duración:
116
Contenido formativo:
Crítica: