Cine y Valores

Madame Bovary

Título original: 
Madame Bovary
Género: 
Puntuación: 
6

Average: 6 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2014
Dirección: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
118
Contenido formativo: 
Crítica: 

Bajo un cielo de otoño gris y desapacible, una mujer corre por el bosque. Se lleva la mano al estómago con un gesto de intenso dolor, hasta que, finalmente, cae desplomada. Su vestido, del mismo color que las hojas muertas desparramadas por el suelo, se confunde con ellas. Tiene el carácter simbólico de la vida de Emma Bovary que, vacía de sentido, como una hoja en otoño ya no tiene nada que la nutra y la sostenga y se desliza suavemente hacia la muerte.
Barthes sitúa la caída de la protagonista como prólogo de la película, que desarrolla como un largo flashback. No le interesa crear ningún tipo de intriga sobre el desenlace de una historia de sobra conocida por los lectores de la obra de Flaubert. Lo que le importa no es tanto la acción sino la esencia de personaje de Emma Bovary, lo que tiene de permanente más allá de los condicionantes de unas circunstancias concretas propias del siglo XIX, un mundo de hombres en un pueblo pequeño cerca de Rouen, al norte de Francia.
El argumento es sencillo: La joven y hermosa Emma Rouault, hija de un rico granjero, acaba de dejar el internado de señoritas donde se ha preparado para ser una dama distinguida. Su padre ha concertado su próximo matrimonio con el serio y aburrido doctor Bovary. Ella, que todavía no lo conoce, sale del convento musitando una plegaria: “Dios mío, haz que sea el adecuado”. Pero ni el marido ni el ambiente de Yonville –el pueblo que imaginó Flaubert en su novela tienen ningún atractivo para una mujer que anhela vivir experiencias apasionadas. Pasa el tiempo sumida en la lectura de novelas que le estimulan sus sueños de amores vehementes. Pero su repugnancia por la realidad trivial de su entorno la incita a buscar por caminos equivocados la satisfacción de sus quimeras, y no tarda en despeñarse por un proceso de destrucción personal. En cada hombre que la pretende, ella imagina dulces promesas de una vida más exaltada y arrebatada de pasión. Sin embargo, lejos de alcanzar la felicidad, en cada aventura siente como la invade una soledad cada vez más profunda y desoladora, hasta no dejarle otra salida que su huida final sin retorno.
Sophie Barthes se toma libertades que no cambian nada a lo esencial del personaje que nos describe. No aparece Berthe, la hija de la que Emma jamás se ocupó, ni Rodolfo, uno de sus amantes. Lo importante para la directora es la lógica interna de un ser humano incapaz de asumir creativamente la realidad de su entorno, y que, para evadirse del aburrimiento de una vida anodina, sueña con alcanzar amores románticos, placeres y lujo. Para ello concentra la historia en un solo e intenso año en el que Emma ve fracasar una a una todas sus ensoñaciones hasta que es el dinero, o por mejor decir, las deudas, lo que acaba de cerrarle todas las salidas y la empuja a su perdición. Todo ha sido destruido en ella, lo espiritual y lo material. No es el infame Lheureux, el comerciante sin escrúpulos, el principal culpable. Ha sido ella misma quien se ha destruido, y la escena final en el bosque muestra plásticamente la síntesis de lo que ha hecho con su vida a lo largo de los últimos meses.
Mia Wasikowska está magnífica encarnando a la insensata heroína, muy bien secundada por el resto del elenco. La película tiene una fuerza visual muy intensa. Con una fotografía bellísima Barthes hace participar al espectador de las emociones de la protagonista, ya sea con los paisajes teñidos del melancólico tono ocre del otoño, ya centrando la cámara en las realidades que la impresionan: las hermosas telas, los objetos, el tic-tac monótono del reloj que Emma no soporta, las piedras, los cubiertos de su madre, las caras, la fealdad de las mujeres de la aldea, la pequeña araña en su ramo de novia, las teclas del piano… Un sentido del detalle propio de la literatura de Flaubert, pero, sobre todo, una forma de expresar la insatisfacción y la melancolía de una mujer incapaz de tener una mirada amplia y profunda, y que se deja arrastrar por un absurdo deseo hedonista de ascenso social. Cuando comprenda su error y constate la hondura de su degradación personal, será demasiado tarde.
Tal vez a quienes no hayan leído previamente la novela “Madame Bovary” les resulte difícil captar todos los matices del personaje, pero los amantes de Flaubert no se verán defraudados por esta adaptación británica de una de sus obras más emblemáticas.