Una manada de pingüinos camina por la Antártida, uno tras otro, siguiendo fielmente cada uno al que va delante. Nadie se molesta en pensar ni tener criterio propio. No les interesa más que mantener disciplinadamente la fila. Pero Capitán, Kowalski y Rico no se conforman con esa mirada alicorta y complaciente. Abandonan la manda y se lanzan decididamente a rescatar un huevo de pingüino que se desliza peligrosamente por la nieve. Después de no pocos riesgos, se abre la cáscara y nace Soldado, que queda incorporado al equipo.
El cuarteto abandona la Antártida y vive mil aventuras y otros tantos peligros, perseguidos por Dade, un malvado pulpo que busca vengarse de toda la especie de pingüinos, porque siente que le robaron su puesto de animal más visitado y admirado en el zoo.
“Los pingüinos de Madagascar” tiene todos los ingredientes de un cuento clásico en clave de humor. El malo quiere destruir a los buenos y acaba quedando él en ridículo, porque, al final, el bien siempre vence al mal. La amistad triunfa sobre el odio, la solidaridad sobre el individualismo, el esfuerzo sobre las trampas y los ardides, la generosidad sobre el afán egoísta de protagonismo. Son de una gran belleza las localizaciones en distintos países y ámbitos, especialmente las divertidas escenas en Venecia, con persecución por los canales incluida.
Deliciosa película familiar, pero también para adultos, que entretiene, divierte y con sus peligrosas aventuras y encierra, además, mensajes positivos sobre la fecundidad de los valores.