Antonio Méndez Esparza, director y guionista, nació en Madrid, pero se ha formado y ha desarrollado su carrera en Estados Unidos. Su opera prima, Aquí y allá (2012), se estrenó en el Festival de Cannes, donde recibió el Premio de la Semana de la Crítica. Su segundo largometraje, La vida y nada más, ha sido galardonado con el Premio FIPRESCI de la Crítica y con el Premio SIGNIS, en el pasado Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2017.
En una ciudad cualquiera, en la parte más profunda de los Estados Unidos. Regina, una mujer de color, madre soltera, cuida de sus dos hijos, una niña de tres años y Andrew, un adolescente conflictivo que se mueve en el borde de la delincuencia. Regina es valiente y trabajadora, lucha denodadamente para sacar adelante a su pequeña familia y no está dispuesta a dejar que su hijo se hunda en el fango. Andrew no es un mal chico, pero está totalmente desorientado en la vida. Necesitaría un padre, un referente, la figura de un hombre. Pero su padre está en la cárcel y no tiene ninguna relación con él salvo unas cartas que recibe de tanto en cuanto y que nunca responde. Tampoco acepta la presencia del novio de su madre, un buen hombre que podría llegar a ser la figura paterna si se lo permitiera.
Los actores no profesionales están magníficos, con una referencia especial a Regina Williams, protagonizando una historia en la que más que acciones concretas, Méndez Esparza muestra una situación, la vida cotidiana de una familia marginal, con sus problemas para sobrevivir y, sobre todo, con el peligro de que un buen muchacho, por falta de oportunidades, no consiga encontrar su camino en la vida. Con una clara y reconocida influencia del neorrealismo italiano, el director ofrece un estilo visual cercano al documental, casi una radiografía de un sector de la sociedad americana. Por eso en la película casi son tan importantes las palabras como lo que no se dice, silencios elocuentes, gestos y miradas enormemente expresivos. No hay personajes malos, sino el peso de una situación agobiante y con difícil salida. La narración sabe a veracidad, a drama real, callado y cotidiano, y por eso interesa y conmueve. El título le hace justicia: la película es «la vida y nada más».
Hay mucho amor en los atormentados personajes de la madre y el hijo, y ese sentimiento casi desesperado les da fuerzas para seguir adelante. En el fondo, la historia de Regina y Andrew constituye una llamada a cuidar la familia y ocuparse de cerca de la educación de los hijos. Los padres nunca deben abandonar su tarea por dura que pueda ser a veces. No es una película religiosa, pero de forma muy discreta, presenta la apertura a la Trascendencia y la unión con Cristo, como el único camino para sortear tentaciones y peligros y encontrar el sentido de la vida.
Una cinta totalmente recomendable.