«EXAMINAD CADA COSA Y QUEDAOS CON LO BUENO» (Tes 5,20-21).
Jacques, un experto reportero de un prestigioso diario francés, recibe un día una misteriosa llamada del Vaticano. El prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe -curiosamente, un fiel seguidor de los reportajes de guerra de Jacques-, le pide que forme parte del comité encargado de investigar la veracidad de unas supuestas apariciones. En un pueblecito del sudeste de Francia, una joven novicia de 18 años afirma que se le ha aparecido la Virgen María. La noticia se ha extendido rápidamente y ha despertado tal interés, que miles de peregrinos acuden al lugar de las supuestas apariciones.
Jacques no es creyente, pero tampoco es un ateo acérrimo («Creo que hay algo, pero no soy practicante», dice), justamente por lo cual ha sido elegido por las autoridades eclesiásticas. Quieren total imparcialidad en la búsqueda de la verdad. Como se dice en la película, la Iglesia antes estaría dispuesta a dejar pasar un milagro de verdad que a reconocer un posible fraude. La empresa despierta el interés del periodista, acepta el encargo y empieza su investigación con gran profesionalidad, si bien con total escepticismo. Sin embargo, todas las muestras de devoción que van surgiendo alrededor de la vidente y la actitud sincera y devota de ésta empiezan a cuestionar las certezas de Jacques. La verdad existe y, por tanto, es susceptible de ser investigada y hasta hallada, pero no es tan fácil obtener pruebas visibles ni imágenes de esa verdad. La investigación sobre las apariciones parte de lo real, unos hechos y unos personajes concretos, para abrirse a lo espiritual. En el nivel de la realidad física Jacques puede encontrar evidencias «científicas» (como el examen médico para conocer la salud mental de Anna), pero cuando debe elevarse al plano de la metafísica, las evidencias, si pueden considerarse como tales, no son objetivas, sino experienciales. El reportero ha descubierto que hay algo más profundo que la materialidad de los hechos que investiga, algo que los trasciende y les da sentido. No duda de la existencia de ese «algo», pero no puede confinarlo en los límites de una explicación científica. Es algo superior, a lo que solo se puede acceder por la fe. Así la película supone una reflexión sobre la fe, entendida como un don que no se impone, sino que se ofrece, y al hombre le corresponde, en uso de su libertad, aceptarla o rechazarla. Adherirse a la fe es la puerta para penetrar en el misterio. Una frase de la carta de san Pablo a los tesalonicenses es el lema de fondo del desarrollo de la trama: «No despreciéis las profecías, examinad cada cosa y quedaos con lo bueno» (5, 20-21).
Xavier Giannoli no filma desde un punto de vista religioso, pero lo hace con una gran ponderación, sin despreciar ni ridiculizar las manifestaciones de los que creen a pies juntillas en la verdad de las apariciones. Deja los interrogantes en el aire, no ofrece respuestas contundentes ni pruebas irrefutables en un sentido o en otro. Pero paulatinamente, a medida que avanza la investigación, la mirada estupefacta de Jacques se va abriendo a la existencia del misterio. La imagen de Jacques, doblando una rodilla para depositar el fragmento de icono quemado en la puerta del monasterio, es de una belleza y un simbolismo sublimes. Es la humildad de un hombre intelectualmente honrado que por fin ha llegado al umbral de la trascendencia, reconoce su inmensidad y se postra humildemente, sin atreverse todavía a cruzar la puerta y penetrar en el ámbito del misterio.
La película tienes todos los elementos de un thriller - pesquisas, secretos, revelaciones, giros inesperados…-, que mantienen la tensión y el suspense hasta el epílogo, en el campo de refugiados de Siria. Los interrogatorios y las discusiones del comité, con una precisión casi propia de un documental, contrastan con la música bellísima de Arvo Pärt, que eleva el espíritu. Son los dos niveles en los que se mueve constantemente el relato, el físico concreto y el espiritual. Es decir, la misma realidad del ser humano, con una dimensión física objetiva, un ser finito, pero también ilimitado, trascendente, abierto al infinito.
Hay un gran trabajo actoral de todo el reparto, pero los dos protagonistas son capaces por ellos mismos de elevar la calidad del film. Vincent Lindon está inconmensurable y Galatéa Bellugi es una auténtica revelación. Algunas escenas entre Anna, la joven vidente, y Jacques, el periodista escéptico, son realmente extraordinarias, como cuando Anna acaricia el oído dolorido de Jacques, y en el aire flota la duda de si es solo un gesto de ternura o se está produciendo un milagro de sanación.
Xavier Giannoli firma una gran película sobre el misterio, las dudas y la fe, tratados con seriedad, rigor y sobriedad. Una búsqueda comprometida de la verdad de unos hechos, que acaba remitiendo a la búsqueda de la verdad del misterio de la fe. Imprescindible.