ENTRE EL AMOR Y LA IRA
Los Ángeles, primavera de 1992. Desde hace semanas, las imágenes de dos escalofriantes sucesos se repiten en las distintas cadenas de televisión: la paliza de unos agentes de policía a Rodney King, un joven afroamericano, por un simple exceso de velocidad y, unos días después, en el mismo barrio, la muerte por un disparo de Latasha Harlins, una adolescente también afroamericana, por una botella de zumo que no había robado. Por fin se conoce el veredicto de los dos respectivos juicios. Los policías son declarados inocentes sin cargos y libertad condicional para la comerciante coreana que mató a la niña. Se produce entonces un terrible estallido de violencia en South Central, con incendios y enfrentamientos por doquier. El resultado, el barrio en llamas y un sinnúmero de detenidos, heridos y muertos.
Con ese telón de fondo, la directora franco-turca Deniz Gamze Ergüven narra cómo la infatigable Millie, auténtica «madre coraje» que trabaja sin descanso por sacar adelante a su numerosa familia, se encuentra de pronto con sus hijos dispersos en medio de ese caos y, presa del pánico, intenta encontrar y rescatar a cada uno de ellos.
La cineasta mezcla imágenes de archivo, noticiarios de televisión sobre los sucesos, fragmentos del proceso y escenas de ficción, con tal habilidad que al espectador le cuesta distinguir en cada momento lo falso de lo verdadero, o de lo medio falso y medio verdadero. Al principio, el planteamiento de la línea argumental -entre documental e historia humana de ficción- resulta muy sugerente y engancha al espectador, pero pronto el hilo narrativo se abre en un exceso de subtramas, con demasiadas escenas de alta tensión inconexas entre sí, lo cual acaba produciendo una sensación, no ya caótica como los acontecimientos que se están produciendo, sino de narración casi incoherente y descabellada.
A pesar de ese cierto desorden y desconcierto de personajes y pequeñas historias secundarias, el relato avanza a buen ritmo en una miscelánea de elementos trágicos y cómicos, intimistas y sociales, y de amor generoso e ira desatada. Algunas escenas resultan impactantes, como cuando la joven Latasha es absurdamente abatida, pero en otros momentos, la película llega a rozar el ridículo, como en el sueño erótico de Millie, con Olli, su vecino blanco, acercándose hacia ella volando, flotando en el aire de su dormitorio; o cuando ambos son esposados a una farola.
La película no alcanza el nivel de la reconocida y premiada Mustang, pero tiene sin duda calidad en la factura y riqueza en el contenido. Si en aquella nos daba que pensar sobre la indiferencia de Occidente ante la humillante situación de la mujer en algunos países, en está ocasión, en un momento en que tantos refugiados llaman a nuestras puertas, Deniz Gamze Ergüven nos lleva a reflexionar sobre la horrenda injusticia de considerar a alguien ciudadano de segunda clase por su origen o el color de su piel.