Unos militares llegan a casa de Michael Feldmann para transmitirle la triste noticia de que ha fallecido en accidente su hijo Jonathan, que estaba cumpliendo el servicio militar en un puesto fronterizo. El ejército se hace cargo de organizar el entierro y las exequias, y da las instrucciones pertinentes a la familia, a la que no se deja ni opinar. Michael se sumerge en una espiral de ira contra todo y contra todos, mientras que su esposa debe ser sedada porque no es capaz de asumir la muerte del hijo.
La película, abiertamente antibelicista, tiene como telón de fondo dos generaciones traumatizadas por el servicio militar. Empieza mostrando el dolor de los padres judíos por la muerte del hijo. A continuación, la cámara se dirige hacia la misión absurda de ese joven soldado, encargado de un puesto de vigilancia con otros tres compañeros, en un camino perdido en el desierto, por el que transitan más camellos que personas. El film supone una crítica desde dentro a la política israelí, que ha levantado muchas ampollas en el país. Ha indignado especialmente una escena que muestra un terrible error de los soldados israelíes, que matan accidentalmente a cuatro civiles inocentes. Pero el ejército no asume la realidad, y esconde los hechos para que no trascienda. Samuel Maoz, quien participó en la guerra del Libano de 1982, ha explicado que se trata de una escena alegórica que pretende mostrar cómo la sociedad israelita prefiere enterrar la verdad en el barro que hemos creado antes que enfrentarla. Sus explicaciones no han convencido a quien están indignados por su obra.
Los actores, especialmente Lior Ashkenazi y Sarah Adler encarnando a los padres, están muy correctos, y la película tiene sin duda cierta originalidad. Pero la fatalidad aplastante que presenta no resulta demasiado grata. El foxtrot es un baile en el que se dan distintos pasos, pero siempre se vuelve al punto en el que se empezó. Ese es el país: no tiene solución. Como mensaje no es ciertamente muy optimista ni muy animador.