TAN POBRE QUE SOLO TENÍA DINERO
Ruben Östlund es un director de moda y sus obras están siendo multipremiadas. ¿Sobrevaloradas también? La respuesta le corresponde al espectador.
Por segunda vez, el director sueco ha visto como su película ha recibido La palma de Oro en el Festival Internacional de cine de Cannes. La anterior fue The square, una obra pertubadora, que era una llamada de atención a la hipocresía de nuestra sociedad occidental, que cierra los ojos ante la marginación pero adopta aires de un absurdo «buenismo» cuando defiende la libertad de expresión, como el derecho de que cualquier mentecato pueda decir la mayor necedad y los demás deban escucharlo con atención y tener en cuenta sus palabras carentes de sentido.
El título, «El triángulo de la tristeza», hace referencia a ese espacio de la cara, en el entrecejo, donde se reflejan la tristeza y la fatiga interior por una vida sin sentido. Una referencia a los personajes de la historia.
La película está estructura en tres partes. La primera empieza con una pareja de modelos publicitarios Carl y Yaya, jóvenes, guapos y ricos. Él menos famoso que ella y, por tanto, gana menos dinero. Sin embargo siempre le toca pagar a él, incluso cuando es ella quien se había comprometido a invitar. Sus discusiones y su extraña relación nos introducen ya de entrada en el mundo no menos extraño de Ruben Östlund.
Los dos siguientes bloques se desarrollan, uno en un crucero de lujo y el tercero en una isla, después de un naufragio. En ambos episodios está presente la joven y escultural pareja. Una serie de otros personajes, a cuál más raro y pintoresco, completan la galería de Östlund. Entre otros, un magnate ruso, hortera hasta la saciedad, se declara anticomunista y discute con el capitán del barco, de ideas comunistas, entre vapores de alcohol e insensateces sin fin.
Los gags de la segunda parte, basados en las cerradas relaciones entre clases sociales, son los más divertidos, aunque de tan repetidos acaban por dejar de ser cómicos. En el yate se crea un ambiente irreal por exagerado pero constituye un muestrario de las neurosis del mundo de hoy: el poder, el dinero, el sexo, el narcisismo, la frivolidad, las ideologías, el triunfo de los mediocres... Puro Ruben Östlund.
La tercera parte, con un esquema simplista y de nuevo repetitivo es, tal vez, la menos lograda. El yate ha naufragado en la tormenta y en el pequeño grupo de náufragos en una pequeña isla, ante las urgencias de la vida real, se invierten los papeles. Ni los influencers con su ignorancia supina son capaces de sobrevivir, ni los ricos pueden comprar, ni quien ostentaba el poder en el navío tiene nada que mandar. Todos ellos resultan patéticos. Desprovistos de la fuerza de lo que tenían, se quedan desnudos con lo que son. Y no son nada.
Será una mujer de la limpieza del yate, una asiática que ve llegado el momento de vengarse de su situación de proletaria oprimida por un puñado de inútiles guapos o ricos, quien tome el mando del grupo, porque es la única persona capaz de organizar la supervivencia. Los roles se han invertido, pero las actitudes siguen siendo las mismas: el que más tiene compra, domina y destruye si hace falta. Toda una metáfora de la sociedad contemporánea.
Las dos horas y media de metraje no se hacen pesadas, por la calidad de la cinta, el magnífico trabajo de los actores y una trama que no por rara resulta menos interesante.