Cuatro personas –tres varones y una mujer– que participan en un programa de recuperación de la adicción al sexo. La terapia incluye puestas en común, prescindir de la televisión y de Internet, continencia y oraciones a Dios cada día. Son personajes heridos por la angustia de ver que se han cerrado las posibilidades de desarrollo personal y han malogrado su vida. Adam (Mark Ruffalo) se lamenta de que ya no es capaz de enmarcar la intimidad sexual en una relación afectiva personal; Neil (Josh Gad) ha perdido su empleo como médico por su incapacidad de no proyectar su obsesión en las personas de su entorno; Mike (Tim Robbins) ha levantado un muro de incomprensión entre él y su hijo; Dede (Pink) arrastra experiencias frustrantes desde la infancia y se siente sucia e irrecuperable. Saben de desesperanza, porque intentan superar la adicción, recuperar la normalidad, pero las recaídas les resultan casi imposibles de evitar.
Cada uno de los afectados ellos puede contar con los demás para apoyarle en las dificultades y entre ellos se acaba creando una auténtica trama de relaciones generosas. Pero la historia demuestra que lo que más ayuda para vencer las debilidades, no es tanto ser ayudado cuanto salir de sí en disposición de socorrer al otro. Entregarse a una adicción, en este caso al sexo, supone replegarse sobre sí mismo para procurarse sensaciones vivas. Para ello se utiliza a los demás como si fueran simples objetos, meros instrumentos para conseguir su fin egoísta. Romper la barrera tras la que uno está encerrado, olvidarse de sí y abrirse al otro para asistirle con afecto y respeto es el único camino de salvación. Y mirar hacia lo alto, hacia las realidades superiores que trascienden al hombre.
En la película aparece otro personaje muy interesante, la hermosa Phoebe (Gwyneth Paltrow), quebrada también por dentro, pero por motivos totalmente distintos. Sin embargo coincide con los demás en que vive encerrada en sí misma. Todo cuanto hace o le sucede lo refiere a ella, tiene que encajar perfectamente con sus gustos y previsiones. Busca sus propias apetencias sin pensar que pueden ser perjudiciales para Adam. Pero no sólo no le ayuda, sino que le juzga duramente porque no se adapta exactamente a sus expectativas.
Amor sin control constituye un auténtico documento de lo que implica un proceso de vértigo espiritual, de los tremendos daños que causa en las personas, en su capacidad de amar y de tener relaciones sanas y valiosas. Ofrece un retrato del poder destructivo de las adicciones, pero invita, además, a recapacitar sobre el efecto nocivo de la banalización del sexo en una sociedad hipersexualizada como la nuestra. Como en la historia de Adam, Neil y Mike, la curación sólo podrá venirnos con la valorización de las relaciones afectivas generosas, en las que la intimidad sexual suponga un auténtico encuentro personal entre dos personas que se aman incondicionalmente.
Stuart Blumberg, no frivoliza el tema, no le resta ni un ápice de su carga dramática, pero le imprime un tono optimista, hasta de comedia romántica, que hace que asistamos con una sonrisa a sus avances y sus retrocesos, sus esperanzas y sus desánimos, sus miserias y sus grandezas. De forma amable y divertida, con un reparto de lujo, la película nos brinda dos horas de entretenimiento y muchos temas sobre los que reflexionar y dialogar.
Amor sin control
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Año:
2013
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Duración:
110
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Crítica: