[Crítica cedida por Pantalla 90]
LA GATA SOBRE EL TEJADO DE SOLEDAD
Basada en la historia real de Lee Israel, la biógrafa de artistas como Katherine Hepburn, Tallulah Bankhead, Estée Lauder… En la década de los 70 y 80, sus libros llegaron a ser superventas, pero después, paulatinamente, dejaron de interesar al público y diez años después, ningún editor quería ya publicarle nada. Para colmo de desdichas, debido a su mal carácter, la echan de la revista donde trabajaba, con lo cual se queda también sin los pocos ingresos que le proporcionaban sus artículos.
Ahora Lee es una cincuentona desaliñada que ahoga su frustración en el alcohol, sin familia, sin amigos, sin otra compañía que su vieja gata. En un bar se reencuentra con un antiguo conocido, Jack Hock, un homosexual maduro, elegante y totalmente arruinado, con el que entabla una curiosa relación, medio amistosa medio interesada.
Al borde de la desesperación, porque no tiene ni el dinero necesario con que comprar los medicamentos para su amada gata, de pura casualidad, halla un sorprendente filón para obtener considerables beneficios: ha descubierto el curioso mundo de los coleccionistas, dispuestos a pagar un buen puñado de dólares por cartas personales con la firma de personajes ya fallecidos, del ámbito de la literatura y de la cultura en general. ¿Pero cómo conseguir dichas cartas para poder venderlas después?
Marielle Heller no nos ofrece una comedia sino un drama, pero que, paradójicamente, nos hace sonreír y hasta reír en muchos momentos. Presenta una historia de mentiras y falsedades con la que, sin embargo, el espectador empatiza totalmente. Es, pues, como si todos los elementos estuvieran trastocados: drama que resulta divertido, transgresiones de la ley que llegan a ser amables, estafadores por los que se toma partido... Pero es eso justamente lo que asegura el éxito de la película. Porque, más allá del relato de falsificaciones y timos —sin duda curioso e interesante—, Heller nos narra una historia de hondo calado humano: la amargura de una mujer que no encuentra su lugar en un mundo cambiante.
Es muy buena la ambientación de Nueva York en los 90, bastante distinta de la actual ciudad de los rascacielos. También el libreto está muy logrado, la narración no pierde el ritmo en ningún momento, a pesar de los numerosos encuentros con personajes tan distintos que irrumpen en la existencia de Lee: los compradores de las cartas, la admiradora que le confía sus íntimos sueños de llegar a su vez a ser escritora y le ofrece su amistad, la editora que ha llegado al límite de su paciencia, la antigua amiga que salió hace tiempo de su vida y no está dispuesta a volver a entrar y, por supuesto, el pintoresco e imprevisible Jack.
El mundo de los libros crea un marco mágico para un argumento algo sórdido. El desorden de su apartamento, que lo hace tan inhóspito que no se atreve a entrar ni el fumigador, es el reflejo de la actitud y el comportamiento caóticos de Lee, a la que nadie está dispuesto a acercarse, así como del pandemonio interior de la escritora, que le impide el reposo y la paz. Pero, aunque la fuerza de la película no está centrada en los libros, encierra también una sutil reflexión sobre la literatura «de mercado», es decir, la obra como puro negocio, y el libro antiguo como objeto de coleccionista, mientras que la creación propiamente dicha parece quedar limitada al hecho de que un autor se atreva a usurpar la personalidad de un personaje y escriba en su nombre, como acaba haciendo la fracasada Lee.
Es, sin duda, un tema interesante, pero lo que le interesa realmente a Heller es el lado humano de un personaje tan controvertido como Lee Israel. Melissa McCarthy se mete totalmente en la piel de la escritora de biografías que acabó infamada por sus innumerables falsificaciones. La actriz modula a la perfección las distintas facetas de esa mujer brusca y desabrida, que ha labrado su propia soledad, de la que, por otra parte, no tiene ninguna intención de zafarse, a juzgar por el ácido humor con el que mira hacia su entorno. Sin embargo, la verdad es que, en el fondo, alberga deseos de amistad y de afecto, aunque es incapaz de manifestarlos porque se lo impiden su inseguridad personal y la autoestima tan baja que sufre. Esos sentimientos de debilidad permanecen ocultos para los otros -y tal vez también para ella misma- gracias al sólido muro de aislamiento que construye día a día con sus arranques de soberbia y acritud. Solo con la gata es capaz de volcar toda la ternura y la angustia de las carencias afectivas, solo con ella se siente necesaria, solo por ella se siente amada.
La magistral interpretación de Melissa McCarthy, está muy bien secundada por el magnífico trabajo de Richard E. Grant. Forman una pareja extraordinaria y ambos merecerían ser galardonados por su trabajo.
Una película muy interesante y muy recomendable.