SIN ÉTICA NO HAY HUMANIDAD
Carla Nowak, una profesora alemana de origen polaco, es tutora de un grupo de preadolescentes a los que imparte, además, clases de matemáticas y de educación física. Confía en las capacidades de sus alumnos, y sus métodos de enseñanza-aprendizaje no son impositivos, sino inductivos. El resto del claustro, con el que convive en la sala de profesores (que da título a la película) no comparte su modo de tratar a los chicos, y las relaciones entre ella y sus compañeros son frías, cuando no conflictivas.
Los choques entre ella y el resto de los profesores se agudizan a causa de la investigación de una serie de hurtos que vienen sucediéndose en el colegio. En principio todo apunta a uno de sus alumnos, pero luego hay algún indicio de que podría tratarse de una mujer que trabaja en administración y que es la madre de Oskar, el mejor alumno de Carla, que tiene una capacidad de razonamiento extraordinaria y una mente privilegiada para las matemáticas.
El cineasta turcoalemán Ilker Çatak nos introduce en la atmósfera opresiva de una comunidad docente (que no educativa), en la que una profesora, llena de buenas intenciones, no consigue otra cosa más que crear una atmósfera de enfrentamientos y desconfianza. No es una historia maniqueísta, no hay buenos ni malos, solo seres humanos, unos niños, otros adultos, pero todos oprimidos por sus complejos e inseguridades.
Çatak tiene la habilidad de mantener en tensión el interés del espectador, a pesar del ambiente angustiante en que se desarrolla la trama. Contribuye todavía más a la sensación claustrofóbica la paleta de colores fríos, en los que dominan los blancos y azúles grisáceos, y el formato de pantalla 4:3. La imagen con límites que se proyecta, las actitudes erráticas de los personajes en medio de un hilo narrativo que atrapa, pero que no se sabe hacia dónde puede acabar deslizándose. Todo va generando una inquietud que mantiene al espectador clavado en la butaca.
La estructura de la película es sencilla: con ritmo y tono de thriller, la técnica narrativa del «efecto bola de nieve» tiene al espectador sin aliento, incapaz de poder prever qué va a suceder y qué consecuencias se van a desprender de ello. Sin embargo, lo que hace a la película realmente atractiva reside, en gran parte, en la profundidad del personaje de Carla. A cuanto más se esfuerza en hacer lo correcto, casi siempre en concordancia con los principios pedagógicos más elementales, más presiones y críticas recibe de parte de sus compañeros, de los alumnos y de sus familias, y más aislada se va quedando. Çatak pone de relieve el nivel de crueldad y de hipocresía que puede darse, no solo en un centro educativo concreto, sino en un sistema educativo, incluso en un régimen democrático como es Alemania.
Los grandes conceptos que aparecen en boca de los alumnos, en su experiencia de aprendices de periodistas, como libertad y derecho a la verdad, en realidad son términos vacíos porque son utilizados como meros recursos para poder decir lo que se quiere sin filtro ni control y para afirmar la propia opinión bajo la aureola de verdad. La vida misma, el entorno en el que nos movemos. Además, Çatak trata, aunque sea un poco de refilón, algunas cuestiones sensibles en la escuela de hoy, como la posible discriminación de las minorías, el acoso escolar, el respeto de la vida privada, la actitud invasiva de los padres que entorpece el trabajo de los docentes... Y en ese sentido, el centro escolar se convierte en un microcosmos de aquello en lo que podemos llegar a convertir nuestra vida: un caos sin ética. Toda una señal de alarma.
En el ámbito de las matemáticas, simbolizado en el cubo de Rubik, los problemas, por muy difíciles y complicados que sean, tienen una solución que el raciocinio puede llegar a encontrar. Pero los problemas humanos solo se solucionan por elevación. No vale solo con la razón y el empecinamiento, sino que hace falta algo de lo que casi carece totalmente el drama escolar de Johannes Duncker e Ilker Çatak: una buena dosis de corazón y de sentido de los valores.