[Crítica cedida por Pantalla90]
AZUL PETRÓLEO, AZUL AMOR
Halim y Mina llevan muchos años casados y no tienen hijos. Regentan una tienda de caftanes en la Medina de Salé, en Marruecos. Halim es maalem, un maestro del arte de los primorosos bordados del caftán.
Una vez más, deciden contratar a un nuevo aprendiz, en este caso el joven Youssef, para iniciarlo en ese arte de la confección, casi a sabiendas de que va a durar poco, porque tienen la experiencia de que los jóvenes no están dispuestos a dedicar tiempo a un oficio artesanal ancestral tan exigente. Se está imponiendo la época de los bordados a máquina, de las fábricas de producción en cadena y de ganar dinero rápido sin necesidad de esforzarse, aun en detrimento de la calidad.
Un contraste de actitudes —la opción por la obra fabril, cómoda y rápida, frente al laborioso trabajo artesanal, que nos remite a la vida misma: conformarse con lo mediocre superficial o bien optar por los valores del espíritu–, que constituye toda una declaración de intenciones de la cineasta. Touzani y su cámara toman partido en el filme y van a recrearse, sin prisa, en la belleza, la bondad y el amor, desprendidos de las adherencias espurias coyunturales, propias de nuestro tiempo, tan a menudo patológicamente sexualizado.
Como en Adam, su obra anterior, Myriam Touzani nos ofrece una delicada y elegante película de personajes, contemplados en toda la hondura de su talla humana. Y de nuevo se acerca a la realidad social de Marruecos, sin disimular la verdad de la difícil situación de las mujeres en un caso y de la homosexualidad en el otro, pero con una mirada llena de amor por su país y sus gentes, de respeto por la cultura y las tradiciones y de admiración por todo lo bello y lo bueno que pueden transmitir y que no debería perderse.
Halim ama a su esposa con veneración, pero en lo más íntimo de su ser vive la tragedia de sentirse culpable ante ella por una homosexualidad que no ha logrado reprimir. Los dos ámbitos en los que se desarrolla la historia, el taller y el hogar, constituyen la metáfora del desgarro interior de Halim: en casa, tiene a Mina, su compañera de vida, su refugio seguro, que lo ama incondicionalmente y es todo para él; en el lugar de trabajo, crea belleza con sus manos expertas y ejerce de maalem con un Youssef ávido de aprender. Son sus dos espacios vitales, distintos, distantes y difícilmente conciliables, pero ambos muy gratos. Fuera de ellos, el mundo exterior, sombrío, hostil, amenazante. Algunos desahogos vergonzantes y clandestinos en el hammam (que la cámara nos deja apenas intuir), para volver a vivir la mentira de no ser quien es en realidad.
Su trabajo maravilloso, la belleza deslumbrante que surge de sus manos, le devuelve la dignidad, como una forma de sanación de las heridas interiores de su sentido de culpa. Y allí está Youssef, que ha comprendido su secreto, y que lo envuelve con una mirada limpia llena de respeto y ternura.
Mina acepta por amor la realidad de su marido, lo ama tal como es e intenta siempre protegerlo, de las clientas que le exigen más rapidez en el trabajo o del joven Youssef, que podría hacerle daño. Pero Youssef es un hombre bueno, prudente y generoso, que quiere el bien de Halim y también de Mina. Lo que podría ser un triángulo amoroso, se convierte en realidad en un círculo de unidad y ayuda mutua.
La luz y la imagen, con la cuidada fotografía de Virginie Surdej, nos ayudan a captar las emociones de los personajes, cómo van evolucionando al tiempo que avanza la historia. A medida que ellos tres se van conociendo y comprendiendo y sus relaciones se hacen fluidas, la película se hace cada vez más luminosa. A través de los gestos y las miradas, la cámara penetra hasta lo más hondo de cada uno de ellos y el espectador va entendiendo las cosas no dichas, los silencios llenos de sentido en los que sobran las palabras.
El coraje de Halim de salir a la calle desafiando la opinión social no es reivindicativo, sino una prueba de un amor profundo que no puede por menos que imponerse a cualquier convención. Detrás de él Youssef, en segundo plano, con la misma dignidad y grandeza, honrando a Mina. Son unas escenas conmovedoras
Con un trabajo magnífico de Lubna Azabal y de Salen Bakri y un joven Ayoub Missioui que sabe estar a la altura, Myriam Touzani nos ofrece una interesante película llena de simbolismo, una tragedia íntima de sentimientos nobles y debilidades humanas, de lealtades y culpas arcanas, de mentiras y perdones. Al mismo tiempo, muestra al espectador la hermosura del arte antiguo del bordado del caftán, y cada puntada, cada hilo de color, cada tela maravillosa sirven para realzar ese caftán azul petróleo que acaba convirtiéndose en el epítome del amor de Halim por su esposa.