CAER EN LA TENTACIÓN
[Crítica cedida por Pantalla90]
Mayo de 1941. En el París ocupado por los nazis, François Mercier trabaja para el señor Hafmann, un joyero judío, un auténtico artista en su oficio. Mercier, cojo por una malformación en un pie, se considera a sí mismo un perdedor en la vida, a pesar de estar casado con una buena mujer, que lo quiere sinceramente, y de poder contar con un trabajo seguro en esos tiempos de incertidumbre. Cuando se entera de que es él el responsable de que no puedan tener hijos, su estado de ánimo toca fondo. Por el contrario, Blanche, su esposa, parece aceptar la situación con calma.
En la ciudad, las fuerzas de ocupación imponen un censo de todos los judíos, que supone una primera acción amenazante, anunciadora de lo que pueda suceder en adelante. El señor Haffmann decide organizar de inmediato el viaje de su esposa y de sus hijos hacia la zona sur del país, todavía libre. Él deberá permanecer todavía unos días en París, para solventar la situación del negocio de joyería.
Antes de partir para reunirse con su familia, el joyero le propone una sorprendente transacción a su empleado. Le vende la casa entera, con la tienda, el taller y la vivienda familiar, sin que el comprador deba abonar ninguna cantidad. Para ello le presenta los papeles de compraventa totalmente en regla, en los que no falta más que la firma de los dos. Como contrapartida, Mercier se compromete a devolver todo a su legítimo dueño cuando termine la guerra.
Pero las cosas no salen como esperaba el señor Hafmann y todo se complica enormemente. Por otra parte, el súbito ascenso social de Mercier y de su esposa no resulta fácil de digerir en ningún aspecto.
La película está basada en la obra de teatro homónima de Jean-Philippe Daguerre, que cosechó importantes premios literarios y un gran éxito de público y de lectores. Fred Cavayé sigue con fidelidad la trama y conserva la complejidad de los personajes, pero se permite también bastantes libertades y, sobre todo, le imprime su sello personal al adaptar la narración del lenguaje literario al cinematográfico. Los primeros planos de los rostros de los tres personajes centrales no necesitan palabras para que el espectador se haga cargo de las impresiones, los sentimientos y el desconcierto de cada uno de ellos.
Cavayé sabe mostrar, con gestos, palabras y silencios, toda una maraña de relaciones entre personajes inquietantes, en el marco de la guerra, la ocupación, el antisemitismo, obras de arte y joyas robadas, el mercado negro, el miedo, las amenazas, la muerte cercana... La mayor parte de la historia se desarrolla en espacio cerrado, y la acción avanza con lentitud, solo movida por los diálogos directos y escuetos. El director resuelve con pudor y delicadeza las situaciones que podrían ser vulgares y dramáticas. Una elegancia narrativa que el espectador agradece. Incluso la evolución de una buena persona hasta convertirse en un ser depravado y repugnante, que está en el núcleo mismo del relato, está descrita con mesura y sobriedad, sin ensañarse.
Pero, a pesar de todos esos aciertos, la película adolece de falta de dinamismo, de una cierta pesadez que le impide avanzar con agilidad. El trabajo actoral de los tres protagonistas, magnífico, sin ninguna fisura, es el mejor atributo del film.