[Crítica cedida por Pantalla 90]
ASTRID CALZASLARGAS
La escritora sueca Astrid Lindgren (1907-2002), muy anciana ya, lee las muchas cartas de niños que la felicitan por su cumpleaños, le muestran cuánto les gustan sus libros y le preguntan cuál es la fuente de sus inspiración. La respuesta viene en forma de relato biográfico de la adolescencia y juventud de Astrid Ericsson (Lindgren es el nombre que adoptaría para firmar sus libros), en los años previos a convertirse en célebre autora de libros para niños. Los más conocidos de los cuales son, sin duda, la serie de Pippi Calzaslargas, sobre la que se rodó una famosa serie de televisión en 1969, cuyo guion corrió a cargo de la propia escritora.
La película arranca en la década de 1920, cuando Astrid es una alegre y divertida adolescente que vive con sus padres y sus tres hermanos en el pequeño pueblo de Vimmerby, al sur de Suecia. Es una joven muy rebelde, que no se doblega a las costumbres sociales estrictas ni a la moralidad rigurosa de la época en el ámbito rural en el que vive. Sus padres, con pocos recursos económicos, tienen que trabajar duro en la granja para sacar adelante a sus hijos. Son gente muy piadosa y muy respetuosa con las normas de vida en Vimmerby, por lo que están un poco desconcertados con la actitud revoltosa e independiente de su hija mayor. La madre es muy severa, pero, bajo esa apariencia rígida, alberga mucha ternura por su hija, y nunca la abandonará, ni aun en las circunstancias más difíciles.
Astrid tiene que colaborar al mantenimiento de la familia, trabaja con sus padres en el campo y se ocupa también de labores de la casa. Pero su imaginación vuela incansablemente hacia otros horizontes. Con solo 16 años, entra a trabajar en un pequeño diario local, que dirige Reinhold Blomberg, el padre de una de sus amigas, viudo y padre de siete hijos. Astrid escribe muy bien, tiene iniciativa, y no tarda en hacerse imprescindible en el periódico. Parece que su futuro es prometedor, pero se ve obligada a abandonar precipitadamente Vimmerby y a establecerse en Estocolmo. Vivirá entonces unos años convulsos, extremadamente difíciles y dolorosos, hasta acabar trabajando como secretaria en una empresa automovilística.
El film abarca hasta ese momento, es decir, aparentemente, no hace incursión ninguna en su actividad como escritora. Sin embargo, el perfil que presenta de la joven Astrid Ericsson, su carácter indomable y su rebeldía ante unas costumbres que discriminan a la mujer frente al varón, constituye la raíz nutricia de su futuro compromiso por las teorías feministas, que se dejan ver en su obra, especialmente en su personaje Pippi Calzaslargas, en la que algunos han querido ver un cierto trasunto de la autora. Pernille Fisher Christensen no trata pues directamente la obra de Lindgren en su película, pero sí muestra el que será su más característico contenido ideológico: los derechos de las mujeres a la igualdad y los derechos de los niños a la seguridad y al amor. Eran las dos grandes heridas de su vida.
La escena de la ancianita del principio puede parecer desgajada del relato. Sin embargo, vista la película en su conjunto, no es así. Toda la trama que va a desarrollarse no es más que el deseo de explicar que las historias para niños de la escritora surgen de su experiencia personal en esos primeros años.
La primera parte de la película es muy divertida, con una traviesa y ocurrente Astrid adolescente, con un par de trenzas, unas maneras y unas actitudes que nos traen a la memoria a la pintoresca Pippi. Pero a partir del momento en que, entre la sorpresa y las burlas de la gente del pueblo, Astrid decide cortarse el pelo, ya no hay lugar para la sonrisa y el relato se convierte en un melodrama.
Alba August hace un gran trabajo dando vida a un personaje diez años más joven que ella, para ir madurando paulatinamente, tanto en lo físico como en el talante, en su vida interior. Astrid nunca pierde su deseo y su capacidad de autonomía, su libertad de espíritu frente a normas y circunstancias adversas, pero su fresca alegría de vivir va dejando paso al dolor de un amor profundo, lacerante, generoso, por el que está dispuesta a no dejar de luchar, a pesar de sentir tal impotencia que le desgarra el alma. Dos grandes actrices danesas, Maria Bonnavie y Trine Dyrholm, madre de Astrid y madre de acogida, y dos grandes actores, el sueco Magnus Krepper, padre de Astrid, y el noruego Henrik Rafelsen, como Blomberg, el director del periódico, completan un magnífico reparto.
Pernille Fisher Christensen, además de ofrecer una película bien rodada y bien ambientada, tiene el acierto de ser ecuánime en la presentación del drama y no lo convierte en una historia de víctimas y verdugos. Era el ambiente de una época y también una niña un tanto alocada que no previó las consecuencias de sus actos. Sus padres nunca la comprendieron o, por mejor decir, siempre estuvieron en desacuerdo con sus decisiones, pero siempre estuvieron allí, llenos de amor, para apoyarla. Es una buena lección de memoria histórica: si queremos hacer justicia, los hechos de una época deben ser contemplados bajo el prisma de la mentalidad de esa época. Los grandes valores son inmutables -el amor familiar y la apertura a la Trascendencia- pero las costumbres y los criterios están sujetos a condicionantes de tiempos y lugares.