París 1917. Jean-Luc Godard, cineasta de prestigio, acaba de rodar «La chinoise». La protagonista del film es la jovencísima Anne Wiazemsky, nieta del célebre escritor Paul Mauriac. Entre ambos, actriz y director, ha surgido un apasionado romance y han decidido casarse. Pero su felicidad se ve truncada cuando la película, recién estrenada, resulta ser un fracaso de crítica y público, y ni tan siquiera gusta a los políticos chinos, a pesar de su ideología abiertamente maoísta. Jean-Luc empieza entonces a cuestionarse, no sólo su cine, sino el cine en general. Esta crisis personal y artística coincide con los momentos convulsos que acabarán desembocando en los sucesos de mayo del 68. Godard se convierte entonces en un activista antisistema, dispuesto a hacer saltar por los aires todo el sistema social y político y, por supuesto toda la industria del cine.
El guion está basado en gran parte en la autobiografía de Anne Wiazemsky, que destila rencor hacia el hombre al que tanto había admirado en una etapa de su vida y del que había sido la musa indiscutible. Michel Hazanavicius, que triunfó con la oscarizada «The artist», actualización del cine mudo, en este caso se acerca al estilo del cine de la llamada Nouvelle Vague, para hacer un retrato de Jean-Luc Godard, quien fue justamente una figura emblemática de esa época, y lo hace justamente con el estilo de los films del mismo Godard. De hecho hay un momento de referencia directa al cine de Jean-Luc Godard que resulta muy gracioso, cuando los dos protagonistas, totalmente desnudos en pantalla, desaprueban la utilización del desnudo en el cine.
Louis Garrel se mete perfectamente en la piel de Jean-Luc Godard, con un perfil caricaturesco muy gracioso, y Stacy Martin realiza también un buen trabajo como Anne Wiazemsky. Sin olvidar los magníficos secundarios Bérénice Bejo y Grégory Gadebois.
Algunas secuencias tienen su punto de comicidad, como las gafas repetidamente rotas, o cuando los admiradores de Godard le piden que siga haciendo «su» cine, del que ahora él abomina. Otras resultan sorprendentes, como cuando aparece el mismo Bernardo Bertolucci despachando a Godard a cajas destempladas. Es agradable también la animada reunión de actores, confraternizando después de la jornada de trabajo de rodaje. Cine dentro del cine. Pero al final el personaje resulta insoportable y la película se hace pesada por repetitiva, por ejemplo las soflamas en las asambleas, que no interesan a nadie ni aunque procedan de Godard, y mucho menos al espectador.
La verdad es que la ambientación es muy buena, los sesenta están perfectamente retratados, su estética, su ambiente y sus deseos de transgresión y cambio, pero todo es puro nivel 1, lo inmediato, los sentidos, sin ninguna mirada hacia lo alto, hacia algún valor mínimamente fundamentado, porque el cambio que busca Godard es el de la ruptura, sin ninguna propuesta de mejora por elevación. La película resulta una obra fallida a la qua falta aliento y profundidad.