Michèle dirige con mano de hierro una floreciente empresa de videojuegos. Fría de carácter, establece siempre una distancia de hielo con los otros, incluido su hijo, su amante, su exmarido y su mejor amiga. Una noche, cuando regresa a su casa, abre la puerta del jardín para dejar entrar al gato, y un hombre enmascarado surge súbitamente de la oscuridad, y, en unos minutos de violencia extrema, la golpea, la viola y desaparece inmediatamente después. Michèle recoge los destrozos ocasionados en su intento de defenderse, se limpia las heridas y toma un baño sin, aparentemente, inmutarse. Cuando les explica lo sucedido a su exmarido y a sus amigos, con su mismo aire indiferente les asegura que no está dispuesta a denunciar. Más tarde entenderemos por qué teme relacionarse con la policía o saltar a las noticias. Sin embargo, cae en una especie de paranoia, duerme con un arma bajo la almohada y decide averiguar quién ha sido. Para intentar restablecer el contacto con su agresor, inicia una especie de peligrosa partida, cuyos motivos y objetivos permanecen un tanto turbios.

La historia empieza como un thriller inquietante, pero ante todo es el retrato de una mujer extraña, con un juego confuso y perverso entre fantasmas y realidad, en las aguas turbias de relaciones humanas repulsivas.  Isabelle Huppert está magnífica encarnando a ese personaje glacial, monstruo de egoísmo, desprovisto de sentimientos y de cualquier sentido ético.

Paul Verhoeven firma un trabajo realizado técnicamente con brillantez, pero con un nivel tan alto de depravación y perversidad, con unos personajes y un planteamiento tan repulsivo, que la película, a pesar de su indiscutible calidad, resulta realmente desagradable.