Cine y Valores

Invitación de boda

Título original: 
Wajib
Género: 
Puntuación: 
7

Average: 7 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2017
Dirección: 
Fotografía: 
Música: 
Intérpretes: 
Distribuidora: 
Duración: 
96
Contenido formativo: 
Crítica: 

CONFLICTO GENERACIONAL

Shadi es un joven arquitecto, de familia cristiano palestina, afincado en Italia, que regresa a su país con motivo de la boda de su única hermana. Está totalmente europeizado en sus ideas y costumbres, pero, por respeto y cariño hacia su padre, está dispuesto a ayudarlo a entregar en mano las invitaciones de boda, tal como marca la tradición. Abu Shadi, el padre, profesor de unos 60 años, está divorciado. Su mujer, que lo abandonó cuando los dos hijos eran todavía pequeños y se fue con otro hombre a vivir a los EE.UU., ha anunciado su presencia para el acontecimiento familiar, pero todavía no ha llegado.

El hilo conductor de la película es el recorrido en coche de ambos hombres repartiendo las invitaciones, durante el cual se va ahondando en las relaciones padre-hijo. Son dos generaciones muy distintas entre sí, pero unidas por vínculos afectivos muy sólidos. Al padre, muy aferrado a su tierra y a sus creencias, le gustaría que su hijo regresara definitivamente a Palestina y se casara con una joven de una familia conocida. Pero Shadi está bien adaptado a Europa y su país no le resulta atrayente.

La deliciosa película de Annemarie Jacir nos trae a la memoria otras cintas cuya acción transcurre en un automóvil, como Taxi Teherán de Jafar Panahi. Sin embargo Invitación de boda es totalmente original en su temática y en su planteamiento. Con respeto y una gran delicadeza, nos presenta la vida cotidiana en la actual Palestina, aunque no se centra en ello, sino que simplemente constituye el marco en el que se desarrolla la trama e interactúan los personajes que la protagonizan.

A la buena labor de dirección, se añade un reparto que cumple perfectamente. Mohammad Bakri y Saleh Bakri encarnan con admirable naturalidad a los personajes de Abu Shadi y Shadi -tal vez porque ellos mismos son padre e hijo en la vida real-, consiguen hacerlos cercanos y que empaticemos con ellos. Son dos buenas personas que se quieren y cuyas diferencias de opinión no les suponen más que algún pequeño roce, pero nunca un auténtico problema. Por eso podemos vibrar con ellos, con sus inquietudes y sus ilusiones, sin tener que tomar partido por ninguno de los dos.

La película nos deja el buen sabor de boca de haber contemplado las relaciones cálidas de buena gente, unos anclados en un pasado que se repite sin ningún atisbo de cambio, otros con la mente abierta a otro mundo y otras posibilidades, pero todos personas entrañables que quieren lo mejor para su familia, sus amigos y su país.