A sus cuarenta años, Stéphanie, brillante arquitecto, ha perdido su empleo y absolutamente todo su dinero en una mala operación. Se ve entonces obligada a volver a casa de su madre. Las dos mujeres se quieren mucho y se entienden bien en general, pero vivir juntas de nuevo no resulta fácil. Jacqueline, la madre, recibe encantada a su hija en apuros, pero actualmente lleva una vida muy independiente y tener a otra persona en casa es una complicación, y no es menos incómodo para Stéphanie, acostumbrada a un ritmo de vida muy activo, tener que adaptarse a las costumbres de la madre.
Eric Lavaine trata una situación frecuente en muchos países durante la reciente crisis, lo que se ha llamado la «generación boomerang», esos adultos obligados a regresar a casa de los padres, para componer una comedia familiar con tantas dosis de comicidad como de ternura. Pero más allá de situaciones divertidas (la madre iniciándose en internet, sus tretas para ocultar sus citas sentimentales…), y de algunas escenas estereotipadas en una película de familia (la comida que se convierte en una discusión por temas del pasado o por celos y malentendidos), Vuelta a casa de mi madre aborda temas profundos como el amor de los hermanos, la ayuda de la familia al que lo pasa mal, e, incluso, la ilusión del amor y la sexualidad en gente mayor.
El humor está presente de principio a fin, pero sin eludir los problemas personales serios, como la angustia de Stéphanie, que, de la noche a la mañana se ha visto en la penuria más absoluta, o la delicada situación del matrimonio de Carole. Los personajes están bien dibujados y la trama de relaciones entre ellos está bien planteada. Los tres hermanos se quieren muchísimo, pero hay reticencias entre ellos por los celos de infancia de Carole, la mayor, hacia Stéphanie, la niña mimada de la madre, y por tantas cosas que no se han dicho y que súbitamente se lanzan unos contra otros en esa cena que la madre pretendía entrañable y gozosa. La escena de esa cena está muy bien llevada para ir paulatinamente traspasando las capas de rencores y de cuentas pendientes hasta llegar a lo más profundo de la familia, a su auténtica verdad: a pesar de todo, todos están ahí para ayudarse los unos a los otros, y la casa de los padres es el refugio y el referente de todos. En esa escena, Lavaine va pasando de planos largos, en los que el personaje es «la familia», a planos cerrados, en los que el protagonismo pasa sucesivamente a cada uno sus miembros, que van mostrando sus debilidades, pero también sus grandezas y, sobre todo, el amor que cada uno profesa por los demás. El elenco es muy bueno, empezando por Mathilde Seigner, impecable en su papel de hermana mayor de carácter desabrido, magníficas también Josiane Balasko y Alexandra Lamy, todas ellas perfectamente secundadas por el resto del elenco.
Tal vez no sea una comedia muy original, ni trate los temas con profundidad, pero es una historia amable y graciosa, que permite pasar un buen rato y, además, supone un pequeño homenaje al valor de la familia.