Berlín 1921. Una imagen en blanco y negro. Unos segundos de silencio. Un disparo. Talaat Pacha, principal responsable del genocidio armenio acaba de ser asesinado, a sangre fría y en plena calle, por Soghomon Tehlirian, cuya familia había sido totalmente exterminada. Durante el proceso, Tehlirian da un testimonio del primer genocidio del siglo XX tan emotivo y desgarrador, que el jurado popular lo absuelve.
Años 80, en Marsella. La imagen ha recuperado el color. Aram, un joven marsellés de origen armenio hace volar el coche del embajador de Turquía. Un joven ciclista que pasaba por allí por casualidad, Gilles Tessier, queda gravemente herido. Aram huye y se une al ejército de liberación de Armenia en Beirut, centro de la revolución internacional. Jóvenes armenios de todo el mundo creen que no hay otro camino que la lucha armada para que el genocidio sea reconocido y que se les devuelva la tierra de sus antepasados.
Gilles ha perdido la movilidad de sus piernas en el atentado y todos sus proyectos de futuro han quedado truncados. Anouch, la madre de Aram lo visita en el hospital para pedirle perdón y le confiesa que fue su hijo quien puso la bomba. Anouch y Gilles viajan juntos a Beirut para encontrarse con Aram.
En esta especie de documental de ficción, Guédiguian, él mismo de ascendencia armenia, evita una representación directa del genocidio -una masacre cuyos verdugos jamás han reconocido su responsabilidad y su culpa- y pone el foco en las consecuencias. El relato se fundamenta en la declaración de no culpabilidad de Soghomon Tehlirian, para plantear, implícitamente, una pregunta tremenda: «¿Es legítimo matar (acción terrorista) en nombre de la verdad (el reconocimiento de un genocidio) y de una injusticia prolongada en el tiempo? ¿Podría existir un terrorismo legítimo o, por lo menos, justificable? Y, más aún, se pregunta por las responsabilidades indirectas de los silencios cómplices, que siguen intentando borrar esos crímenes de la memoria colectiva. Muy inteligentemente, Guédiguian sólo sugiere los interrogantes, pero no da ninguna respuesta, deja que sea el espectador quien reflexione y quien se plantee si lo «explicable» lleva consigo la justificación. O si, tal vez, un mal no se arregla con otro mal, y la venganza no hace sino empeorar la situación del mismo que quiere desagraviarse.
De forma muy sutil e indirecta, la historia nos sugiere cuál podría ser el camino para restañar heridas abiertas y restituir lo debido. Porque junto a las grandes preguntas sobre la justicia y le venganza, plantea la posibilidad del compromiso y el perdón. Saber pedir perdón, con la voluntad de corregir las injurias en la medida de lo posible, abre el camino de la reconciliación entre las personas y los pueblos.
Los personajes están muy bien dibujados y perfectamente interpretados. Especialmente la pareja Ascaride-Abkarian funciona de maravilla. Transmiten tristeza, humanidad, dignidad y buenos sentimientos. Tal vez sobre un poco de metraje, pero la historia apasiona sin decaer en ningún momento. La película ofrece información histórica sobre graves hechos históricos recientes, pero prácticamente desconocidos. Y, sobre todo, ofrece materia para la reflexión.