BUENISMO EN ESTADO PURO
Al principio, parece que el film promete. La idea es buena: ante la desidia de los mayores, los niños se unen y pasan a la acción para intentar salvar el planeta, amenazado por el cambio climático. Pero las ideas hay que desarrollarlas y plasmarlas en un guion y luego convertirlo en película.
Abel y Marianne se enteran de que su hijo adolescente ha estado vendiendo, a escondidas, varias pertenencias familiares, desde hace meses. Indignados le preguntan por qué lo ha hecho y él, sin inmutarse, les explica que lo ha malvendido por Internet para financiar con otros chicos un proyecto para salvar el planeta. Se trata, como indica el título original –La croisade–, de recaudar fondos para su propia cruzada.
Podríamos entender que Joseph, de 13 años, piense que las cosas que se guardan en un armario o en un trastero son totalmente prescindibles. El chico cree que son objetos que, aunque puedan tener un cierto precio de mercado, propiamente no forman parte del proyecto vital de sus padres y, por tanto, se pueden malvender tranquilamente. Se trata de una deducción absolutamente absurda, porque puede que sus padres guardaran esos candelabros de plata, por ejemplo, como ahorro, para seguridad de la familia en el futuro. Lo que no se comprende es que ni el padre ni la madre, una vez pasado el enfado, no se lo expliquen, no intenten educar a su hijo. Un libro, edición original de Montaigne, no es un mero montón de papeles, es una joya de la cultura francesa y, por tanto, de la humanidad. Y no se dice nada de eso en la película. El fin no justifica los medios, y robar, aunque sea por una buena obra, sigue siendo robar. Ni una palabra.
Pero ya el colmo de la ausencia de cualquier referente ético mínimamente lógico, es el proyecto de los chicos de matar a un buen número de adultos, porque opinan que hay demasiada gente en el mundo. No deben ser ancianos porque ya no procrean, han de ser personas en edad fértil. ¿Cómo no se les ocurre empezar por ellos mismos, puesto que tienen más recorrido que la generación de sus padres y, por tanto, pueden ser más perjudiciales para el futuro de la humanidad? Tampoco sobre eso hay ni una pequeña reflexión, se da por bueno que, para salvar la “vida” del planeta, se prive de la vida a cientos de miles de personas.
La película tiene todavía más perlas, homenaje al buenismo bobo tan de moda: el niño de 13 años acaba de tener su primera experiencia sexual con una compañera de 17. La reacción del padre es que ya lo ve como un hombre, mientras la madre sonríe beatíficamente.
Todo eso por no hablar de la maqueta de África en medio de un bosque, en la que trabajan los niños por la noche, ¡sin que sus padres se enteren! Y sin hablar tampoco de las dos adolescentes de raza negra, sentadas en un banco, a las que mira un policía, Una explica a la otra que “a los policías no les gustan los negros y que los matan, sin ningún motivo”. ¿Tiene alguna relación la frase con la trama? No, ninguna. Ni las chicas, ni la escena.
Lo bueno de la película, además del cartel que, realmente, es muy bonito, son las magníficas interpretaciones de Louis Garrel, de su esposa (en la vida real y en la película) Lætitia Casta, y del joven Joseph Engel. Otra cualidad es que es muy breve, pues la “fábula ecológica” dura solo 67 (eternos) minutos.
Película prescindible, pero que ofrece para la reflexión dos realidades muy preocupantes: la primera, cómo un tema tan grave como la situación ambiental y el poder destructivo del ser humano puede frivolizarse de ese modo. La segunda es el fundamento de la primera y su respuesta. Estamos en una sociedad líquida, sin criterios éticos humanizantes. Aunque de momento alguien tenga una idea valiosa, como los muchachos de la historia, rápidamente queda diluida, porque no tiene apoyo donde tomar consistencia. Tal vez más grave que el calentamiento global, es el enfriamiento de la conciencia del ser humano.