Cine y Valores

Un diván en Túnez

Título original: 
Arab Blues / Un Divan à Tunis
Género: 
Puntuación: 
6

Average: 6 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2019
Dirección: 
Guión: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
88
Contenido formativo: 
Crítica: 

EQUILIBRIO INTERIOR EN MEDIO DEL CAOS

Después de haber ejercido unos años en Francia, Selma, una psicoanalista treintañera, regresa a su Túnez natal y abre consulta en un barrio popular de la capital. Después de la llamada revolución tunecina de enero de 2011, que culminó por fin con elecciones libres y una nueva Constitución (2014), tras tantos años de Gobierno autoritario de Ben Ali, era lógico pensar que la necesidad de atención psicológica pudiera ser importante en un país él mismo «esquizofrénico», fracturado entre los viejos hábitos totalitarios y las jóvenes ansias de libertad. Valga como detalle del desorden ideológico y estructural, el personaje del abuelo de la protagonista, seguidor y amigo personal de Ben Ali, que todavía no sabe que ha habido relevo en las esferas del poder.  

Pero entre los que confunden a Sigmund Freud, maestro de Selma, con un hermano musulmán, quienes están lejos de querer reconocer la presencia del sufrimiento psíquico en el ser humano y los que no aceptan que una mujer sea independiente y tenga una función importante en una sociedad todavía anquilosadamente tradicional, no se lo van a poner fácil a la joven psicoanalista.

Cuando, por fin, parece que está empezando a encontrar su lugar, Selma se topa con el enésimo obstáculo insalvable: la burocracia. ¡Le falta una autorización!

A menudo el cine pone el foco en los problemas de adaptación de las distintas generaciones de inmigrantes, las condiciones precarias en las zonas periféricas de las grandes ciudades, las dificultades para la integración y el diálogo intercultural. Manele Labidi hace justo lo contrario y trata de las dificultades de integración de una mujer que decide instalarse en el país de sus padres, donde ella misma nació. Nadie entiende qué haya podido llevarla a cambiar París por Túnez y todo el mundo la mira con recelo.

La directora Manele Labidi, tunecina de origen, pero nacida y criada en Francia, conoce bien las dos culturas y ha sabido describir a la perfección las chispas del roce entre ambas. Ofrece una comedia satírica muy bien elaborada, en la que describe la sociedad tunecina, con inquietudes de revolución política e intelectual, pero al mismo tiempo con reminiscencias de una administración ineficaz, estructuras con rasgos autoritarios y una policía en gran parte corrompida. 

Tal vez se le pueda achacar al guion que avanza con excesiva rapidez, que pasa prácticamente sin solución de continuidad de la desconfianza a la psicoanista a las confidencias íntimas. Sin embargo, el interés de la directora no se dirige tanto a los problemas íntimos personales ni a la aceptación social del psicoanálisis, cuanto a la losa de trabas administrativas que pesa sobre cualquier posible proyecto de modernización del país. La revolución cambió el Gobierno, pero no las bases ideológicas o culturales todavía férreamente inamovibles. 

También se le puede reprochar un cierto exceso en la caricatura social. Pero en conjunto la película resulta muy agradable y divertida. A lo cual hay que añadir la actitud valiente de Labidi al denunciar los rasgos reaccionarios de la administración y de la policía del país. Pero lo más importante de la historia es que viene a demostrar que la felicidad no se encuentra exclusivamente en las calles de la vieja Europa, que es posible tener una vida plena en la modestia de un país emergente, con fidelidad a las viejas tradiciones pero con un dialogo abierto con los vientos de la libertad y el progreso.