[Crítica cedida por Pantalla90]
EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD
Un paisaje paradisíaco al borde del mar. En la playa tranquila, Leïla, la madre descansa mientras Damien, el padre y Amine, el hijo de ocho años, navegan en una pequeña embarcación. De momento, inexplicablemente, el padre decide echarse al agua y volver nadando, y le dice al niño que se haga cargo de la nave y regrese solo a la orilla. Así, con esa conducta incomprensible, arranca la película.
Damien es un pintor afamado, pero muy desigual en el trabajo, Leïla, la esposa, es restauradora de muebles y objetos antiguos. Con Amine, forman una familia unida y tendrían todo para ser felices: hay mucho amor entre ellos, Damien como pintor y Leïla como restauradora tienen éxito en sus respectivas profesiones y viven en una casa bonita, situada en un entorno idílico de monte bajo cerca del mar. Se diría que es el mejor lugar para unas vacaciones apacibles, pero ellos disfrutan del privilegio de estar permanentemente allí, que les ofrece, además, el lugar idóneo para sus respectivos trabajos. Es como si su vida, personal y profesional, fuera perfecta. Lamentablemente no es así.
Damien empieza a presentar actitudes y reacciones un tanto extrañas e inexplicables, que ponen inmediatamente a Leïla en estado de alarma. Aunque Damien es un artista y, por tanto, no debería sorprender que, de súbito, le brotara un cierto grado de pasión interior que rompiera los límites de la lógica. Pero hay algo más en su cabeza, que desborda la situación: por momentos es como si arrojara bruscamente sobre la tela de sus cuadros todos los laberintos que se enroscan en su mente. También pierde el sueño, la noción del tiempo y de los horarios, y en plena noche va a su taller y se lanza sobre el lienzo literalmente “como un loco”, golpeando el pincel contra las telas y combinando los colores con la misma barahúnda que lo sacude por dentro. Su mujer no consigue controlarlo porque Damien no es capaz de razonar con claridad, ya no es responsable de sus actos y no quiere tomarse la medicación.
Leïla quiere mucho a su marido y lucha con todas sus fuerzas por mantener la familia unida, pero está totalmente agotada y a punto de perder las esperanzas de poder llevar una vida mínimamente normal. También Amien sufre mucho y empieza a preocupar a su madre por su desconcierto e inestabilidad.
Desde los primeros minutos de la película, Joachim Lafosse (Los caballeros blancos), director y guionista el film, sabe transmitir el clima de tensión que se crea en el ámbito de la familia, en la casa y en el entorno, en las relaciones con todos los demás. El trastorno bipolar es una enfermedad silenciosa pero que lleva a quien la sufre a tener comportamientos totalmente desgajados de la realidad. En el caso de Damien, sus desequilibrios y sus excesos lo ponen a él y a su familia en riesgo físico y psicológico. A Leïla se la ve agotada y desbordada, mientras que el pequeño Amine se va hundiendo cada vez más en el desconcierto.
Lafosse dirige directamente su cámara a la enfermedad mental, sin ningún paliativo. No se dispersa en comentarios, denuncias sociales o moralinas. Ni tan siquiera hace referencia a las presumibles sesiones con el psiquiatra y al seguimiento de la enfermedad. Sencillamente la muestra en toda su crudeza y con todas las consecuencias de dolor.
La fuerza de la historia encuentra su apoyo en el magnífico trabajo actoral de los dos protagonistas. Damien Bonnard (Les Misérables, Solo las bestias) se mete totalmente en su personaje y nos ofrece un auténtico recital de interpretación. Junto a él, Leïla Bekhti (Háblame de ti, O los tres o ninguno) no se queda en segundo plano, no es un mero contrapunto del personaje central, sino que su papel como único puntal de la familia resulta fundamental en la narración de la fuerza destructiva de la locura. Y algo muy importante que destacar, es que, en todo momento, en el relato de Lafosse, está preservada la dignidad humana y personal del enfermo, no se le marca como a un proscrito, más bien al contrario, todos los esfuerzos van en la dirección de rescatarlo del pozo en el que se ha hundido involuntariamente.
Como un canto de amor de Joachim Lafosse a su padre, enfermo bipolar, el cineasta nos ofrece una gran película, llena de humanidad, de ternura y comprensión hacia tantas familias que sufren las consecuencias de esa enfermedad, que afecta tanto a quien la padece como a las personas de su entorno. Y es también una llamada a la esperanza y al compromiso, porque tan necesario como el tratamiento médico para cuidar al enfermo, es el amor para mantener su dignidad y los lazos de unión con el entorno.