La India. Época actual. El sexagenario Narayan Kamble, maestro en una escuela infantil y cantautor conocido como el “poeta del pueblo”, es arrestado. La acusación que pesa sobre él es absurda y de hecho va a ir cambiando a medida que se prolonga el juicio. En principio se le atribuye que una de sus canciones ha incitado al suicidio a un obrero de las alcantarillas; más adelante, cuando se comprueba que ni tan siquiera existe tal canción, la acusación es porque tal vez podría llegar a escribir una canción sobre el tema del suicidio; para terminar siendo considerado como un terrorista, un ser “potencialmente” peligroso para la nación y su cultura.
Chaitanya Tamhane denuncia los procesos judiciales de la India, pero va mucho más allá con su relato, puesto que toda la historia del juicio de Narayan Kamble es una metáfora de la colisión entre la India abierta a la modernidad y el progreso, y el arcaísmo ancestral decidido a impedir todo avance y apertura.
El juez parece incapaz de entender cuanto se le está exponiendo, ni de captar la falsedad de los testigos y de las acusaciones de la fiscal Nutan. Pero no es que el juez sea tonto, sino que es un hombre del absurdo, anclado en el nivel cero de creatividad. Junto a él, dos elementos clave en la metáfora: la fiscal, beligerante en defensa del inmovilismo irracional, y Vinay Vora, el abogado de Narayan, dispuesto a seguir luchando con todas sus fuerzas por defender la justicia y la verdad ante interlocutores totalmente sordos a sus argumentos. Por mucho que el abogado intente razonar con la fiscal, no hay manera de establecer un diálogo coherente, y las intervenciones de ambos no pasan de ser monólogos alternantes. La pasividad del juez y la ausencia de interlocución crean un ambiente caótico, con frases huecas y desarticuladas, repeticiones mecánicas de argumentos hueros que nadie escucha. Esta falta de profundidad provoca un tremendo tedio, de modo que la absurda historia no sólo se dirige a nuestra razón, sino que nos provoca la misma experiencia personal de aburrimiento por ausencia de toda actitud creativa que contemplamos en la pantalla.
El letrado es el arquetipo de la India globalizada, que sin renunciar a sus raíces, se abre a cuanto suponga crecer y mejorar. Es curioso que Vora, que se comporta como un europeo, compra productos extranjeros en supermercados de un cierto nivel, come en buenos restaurantes, toma copas en bares nocturnos donde se escucha blues, es en realidad el único personaje que se compromete en la defensa de su pueblo, subyugado por un poder judicial injusto y obsoleto. Sin embargo, la fiscal Nutan lleva la misma vida modesta y monótona de cualquiera de las personas a las que acusa sin ningún miramiento, es una de ellos, pero parece despreciarlos profundamente. Su estancamiento y falta de horizontes están llenos de odio y carece de todo escrúpulo para alcanzar su objetivo de llegar a ser juez, aunque sea simplemente “para ver caras nuevas”.
El choque entre la actitud casi irracional del juez y la fiscal, y la lucidez y generosidad de Vinay Vora encierra un hondo dramatismo que conmueve y estremece. Sobre todo porque se percibe la soledad de quien busca el progreso y el bien de sus paisanos, frente a la pasividad de las mismas víctimas y la actitud conformista y complaciente de los agentes de policía, que deberían protegerlas.
El trabajo de los actores –algunos de ellos no profesionales– es magnífico, como si en la realidad encarnaran a los mismos personajes de la historia. El guion es muy inteligente, con unos silencios tan llenos de sentido como las palabras y con un ritmo muy bien llevado que consigue transmitir la gravidez del hastío y la indiferencia y, al mismo tiempo, el tremendo drama de una población dormida bajo el peso del inmovilismo.
Una excelente película que tal vez defraude al gran público pero que seguro entusiasmará a quienes estén dispuestos a disfrutar de una gran obra.