SOLOS EN LA MULTITUD
Rémy y Mélanie tienen treinta años y viven en París, en dos edificios contiguos. Coinciden a menudo en el metro y en la tienda de su barrio, regentada por un libanés, un extraordinario Simone Abkarian (Una historia de locos, La audición), pero ni tan siquiera se han visto jamás. Son dos seres amargados por su soledad, de la que no son capaces de liberarse. Mélanie y Rémy, andando y viviendo uno junto al otro sin verse, son la metáfora del hombre contemporáneo, herido por el egocentrismo que le impide ver más allá de sí mismo.
Esa es la torpeza del hombre de hoy: se ha hecho un ser totalmente individualista y ha creado una sociedad hiperconectada, con la falsa ilusión de que podría estar acompañado sin tener que abandonar la burbuja protectora en la que se ha encerrado. Pero el resultado es que se ve sumido en el abismo de la soledad. El ser humano está hecho para las relaciones valiosas, para el encuentro personal, y eso solo se consigue saliendo de sí y adoptando una actitud generosa.
Cédric Klapisch (Nueva vida en Nueva York) tiene una mirada estética sobre el paisaje urbano, que podría aparecer como una realidad gris y sombría, pero que, visto a través de su cámara, resulta cálido y hermoso. El director unas veces utiliza la grúa para ver a los dos personajes cada uno en su balcón, ajenos el uno al otro, tan cerca y tan lejos, o los sigue en su jornada y nos permite acompañarlos en sus sesiones de terapia, en su lugar de trabajo, en sus intentos de encontrar a alguien con quien relacionarse, o en sus pensamientos solitarios. Nos introduce en ese barrio con su punto de poesía, entre los habitantes que se mueven con soltura frente a actores profesionales como Pierre Niney o Zinedine Soualem.
Hay que reconocer que la película no tendría esa ligereza y esa dulzura que la hacen tan grata de ver, si no fuera por François Civil y Ana Girardot (El hombre perfecto, El doctor de la felicidad), que saben dotar a sus personajes de una suave tristeza y de tanta ternura contenida en la mirada. El espectador empatiza con ellos y hasta quisiera ayudarlos, empujarlos al encuentro, porque sabe que los dos están hechos para amarse.
Es un film muy agradable y muy entretenido, que deja el buen sabor de las historias humanas abiertas a la esperanza. Y también da que pensar sobre las consecuencias del individualismo y de encerrarse en el propio caparazón.