Jasmina Duszejko, una excéntrica exingeniera, en la actualidad profesora de inglés, aficionada a las cartas astrales, vive sola en una cabaña, cerca de un pequeño pueblo de montaña en la frontera de Polonia con Chequia. Es vegana y gran amante de los animales. Su carácter es agrio, rezuma odio hacia los cazadores e indignación por los policías que nunca hacen caso de sus denuncias de maltrato a los animales y cazadores furtivos. Un día, en la zona, un hombre aparece muerto con señales de violencia. La única pista son unas huellas de animal -probablemente un corzo- cerca de él. Las muertes espeluznantes se suceden, siempre con rastros de animales cerca del cadáver. La policía no es capaz de avanzar en su investigación, mientras Duszejko insiste con su teoría de que los animales salvajes se están vengando de los cazadores.
La historia transcurre a lo largo de un año, jalonada por las cuatro estaciones, señaladas en un calendario de cazadores, que indica cuándo se levanta la veda para cada especie de animales. Agnieszka Holland nos ofrece un thriller, en el que aparece algo de comedia negra, una protesta ecológico-animalista, que no sólo es un alegato contra la caza y el maltrato a los animales, sino a cualquier uso que se haga de ellos, incluida la alimentación humana. Hay una equiparación del animal al hombre y hasta, a veces, parece que el ser humano podría estar considerado de un rango inferior. Es significativo que Duszejko afirme que sus perras son «sus hijas». Aunque de forma más tangencial, en la película aparece una cierta denuncia feminista hacia una sociedad machista, prepotente y cruel ante los más débiles -animales, mujeres, enfermos-.
El ambiente es tan sombrío y agobiante que apenas si deja respiro para disfrutar de una fotografía tan hermosa como la de Jolanta Dylewska y Rafał Paradowski. También la música inquietante de Antoni Lazarkiewicz colabora eficazmente a crear un clima tenebroso y asfixiante. Agnieszka Mandat-Grabka hace un magnífico trabajo actoral, pero el personaje como tal no convence, como tampoco la historia. Excesivamente maniqueísta y con un código ético carente de base razonable. Al final, los actos de los pretendidamente «buenos» para corregir a los «malos» (en realidad, para vengarse de ellos) resultan incluso más reprobables que todas las perversidades que se pretende denunciar.
Una película tiene buena factura y no deja de tener su interés, pero hace agua por con un planteamiento desequilibrado, con mil desvíos para demostrar la maldad absoluta de quien es capaz de maltratar, o cazar, o comer, a un animal. La lección ecologista que parece querer transmitirse no está bien fundamentada ni resulta mínimamente convincente. Una pena, porque no hay nada peor para una causa que una defensa mal argumentada, una alabanza fallida y una denuncia errónea de sus contrarios.