Cine y Valores

Silvio (y los otros)

Título original: 
Loro
Puntuación: 
8

Average: 8 (1 vote)

Publico recomendado: 
Año: 
2018
Dirección: 
Fotografía: 
Distribuidora: 
Duración: 
104
Contenido formativo: 
Crítica: 

NUESTRA SOCIEDAD AL DESNUDO

Silvio Berlusconi está en un momento político y personal bastante complicado: acaba de salir del gobierno y pesan sobre él acusaciones de corrupción y de conexiones con la mafia. Un hombre astuto y arriesgado, Sergio Morra, planea acercarse a «Il Cavaliere», como único medio para conseguir las cotas de poder y dinero que ambiciona.

La película de Sorrentino tiene dos lecturas, no totalmente distintas, sino complementarias. Por una parte constituye un acercamiento a la figura de Silvio Berlusconi, un retrato de ese hombre adorado, odiado y temido, desde la mirada de los otros, los que lo adoraban, odiaban y temían-Loro, ‘ellos’, es el título original de los dos films de Sorrentino, Loro 1 y Loro 2, que se han convertido en uno solo para distribuirse fuera de Italia-. Él usaba a las personas en beneficio propio, los otros querían usarlo a él para obtener beneficios. Berlusconi, que constituyó un fenómeno político sin igual, en realidad no fue otra cosa que un extraordinario vendedor de humo. Una escena clave para la comprensión del personaje es la conversación telefónica que mantiene con una desconocida a la que convence para comprar un piso que ni tan siquiera existe, como si le fuera la vida en ello.

Sorrentino amplía el zoom de la persona de Silvio Berlusconi hasta convertirlo en un gran angular que comprende todo el microcosmos que llegó a constituir el mito de «Il Cavaliere». Todo un puzle psicodélico de personajes y situaciones: Sergio Morra (a quien se quiere identificar con Gianpaolo Tarantini, aunque éste lo haya negado oficialmente: «Il Morra di Loro 1 non sono io», ha dicho explícitamente); un proxeneta que sueña con adentrarse en los arcanos del poder; la mujer que le amó, Verónica Lario, su segunda esposa, pero que ahora se siente abandonada y traicionada; Kira, su amante y, a su vez, amiga de Morra; Santino Recchia (Tal vez inspirado en Sandro Boni); Fabrizio Sala, un personaje ambiguo que podría remitir a Lele Mora, muy próximo a Berlusconi y envuelto en escándalos de prostitución; el enigmático mayordomo, Paolo Spagnolo… En medio de esa construcción coral, la aproximación a Silvio constituye una especie de acertijo, con un relato lleno de flashes que pasan rápidamente de un punto de vista a otro, cuando no con digresiones, que alternan entre bacanales teñidas de hastío, «velinas», intrigas políticas, paseos solitarios… Como a briznas, se van dejando asomar las neurosis, la tristeza interior, las locuras y la lucidez de quien fue capaz de ostentar y repetir el máximo poder político, económico y mediático en Italia.

Ese hombre carismático está encarnado por Toni Servillo, seguramente el único actor capaz de reflejar con tanto acierto a un ser odioso, pero con unas facultades y un instinto muy especiales que le permitieron crear un imperio, un chanchullero que sabía seducir a sus electores con un programa totalmente vacuo, y, al mismo tiempo, dejar ver su lado tierno, casi a veces desvalido, con la tristeza interior de quien conoce el mundo con sus limitaciones y su hipocresía. Berlusconi, con amargura, afirma que quienes le denigran son los que hubieran querido hacer lo que él ha hecho, pero no han sabido. Sueñan con algo mejor, pero no saben ni qué esperan y no son capaces de elevar el rostro del barro. En una curiosa escena, Servillo encarna a los dos personajes en liza, Berlusconi y Ennio Doris: son las dos caras de la misma moneda, a medio camino entre la sensibilidad y la generosidad calculadas y el exhibicionismo imperial. Pero en otro momento, Il Cavaliere le da una lección a su nieto de cómo manipular a base de una serie de medias verdades y flagrantes mentiras, porque la credulidad de la gente no tiene límites. La escena, con esa pátina de ternura de un abuelo transmitiendo su sabiduría a un niño, es horrible, casi de lo peor de la historia, por su cinismo y su ausencia total de humanidad y valores.

Una segunda lectura de la trama es más estremecedora todavía. El personaje de Silvio de la película es, en realidad, la sociedad italiana al desnudo. Si bien casi podríamos atrevernos a decir que el panorama patético y escalofriante que nos transmite Sorrentino es el de la sociedad occidental de nuestro tiempo, ebria de sexo y droga, que necesita estimulantes que la aturdan para sobrevivir en la vacuidad y el sinsentido en los que está instalada; y es también una época, la nuestra, defraudada por tanto vacío, que busca a ciegas y sin esperanza la salida del laberinto en el que está atrapada.

Al principio, las escenas de droga y sexo explícito sorprenden enormemente. Uno no se explica muy bien por qué tanta reiteración de escenas similares de orgías sin ningún atisbo de alegría. Tanta repetición produce la sensación de que no se avanza, pero también consigue que el espectador experimente en sí mismo el tedio vital de los pobres seres perdidos que se mueven en la pantalla y acabe por sentir asco hasta las náuseas.

Eso justamente es lo que quiere transmitirle Sorrentino: el absurdo de una existencia sin más motivaciones que experiencias sensoriales fungibles y destructivas. Puede ser genial como recurso cinematográfico, pero el público no acude a una sala para aburrirse, sino para pasar un buen rato, y es previsible que no se lo perdonen a la película. El excesivo metraje y las interminables repeticiones pueden resultar letales para su promoción.

El carácter simbólico del film explica una cierta falta de rigor histórico y político en la presentación de hechos y que la alusión a personajes reales parezca un mero divertimento. Lo que se refleja en la película no son tanto los hechos puntuales que sucedieron cuanto las situaciones cotidianas; no tanto lo que hizo un personaje en un momento concreto, sino las actitudes generales de la sociedad italiana. Con un muy buen trabajo de todo el abanico actoral, en la película brilla la estética barroca de Sorrentino, con algún toque superrealista. Con habilidad extraordinaria, consigue que la portentosa belleza formal refleje, paradójicamente, la fealdad moral, la crueldad política, el «dandismo» ridículo.

El broche de oro de la película es la bellísima e impresionante escena final -que evoca el inicio de La dolce vita-: entre las ruinas de un mundo destruido, inundado de dolor y lágrimas, los hombres miran hacia lo alto. Un requiem sobrecogedor que conmueve el alma, porque todavía hay lugar para la esperanza en medio de la desolación