EN BUSCA DEL PADRE PERDIDO
Erwan Gourmelon, de profesión rastreador y desactivador de minas, lleva una vida tranquila en la Bretaña francesa. Viudo desde hace varios años, vive con una hija muy joven y embarazada -y sin querer saber nada del padre de la criatura- y se ocupa de su padre ya anciano. La pacífica monotonía de sus costumbres se ve bruscamente alterada cuando, por casualidad, en una consulta médica a propósito de la gestación de su hija, se entera que su padre no es en realidad su padre biológico. Totalmente decidido a conocer sus raíces, investiga y encuentra a Joseph, que bien podría ser su auténtico progenitor. Por si todo eso fuera poco, se entera de que Anna, la mujer por la que siente una gran atracción y con la que están a punto de iniciar una aventura, es la hija de Joseph y, por tanto, podría ser su hermana.
Algunas situaciones de la película son excesivas y en algún momento le hacen perder el ritmo. El personaje de la detective es demasiado exagerado y la subtrama del «zorro» no aporta nada a la historia y hasta la hace vacilar. Sin embargo, el film no deja de tener una frescura y una ternura muy agradables y reconfortantes. Cécile de France y François Damiens forman una pareja encantadora; hay «química» entre ellos y son ambos unos extraordinarios actores. Los dos «padres» no desmerecen ni bajan el listón de la calidad. Guy Marchand está espléndido como Bastien Gourmelon, el viejo marino bondadoso, tal como André Wilms, que nos ofrece un Joseph Levkine entrañable y divertido.
La película tiene escenas francamente divertidas, pero en otros momentos se hace seria y reflexiva y hasta deriva hacia el drama. Los diálogos están muy minuciosamente elaborados y encierran algunas lecciones de sabiduría. Muy acertada también la música de La flauta mágica de Mozart. Quizá el argumento esté un poco demasiado enrevesado, pero tampoco importa mucho. Es una historia amable que te deja con la sonrisa en los labios.