TÍA A LA FUGA
Fiona, una bibliotecaria de Canada, llega a París para ayudar a su tía Martha, que tiene serios problemas. Pero justo al llegar, pierde su equipaje y, además, descubre que Martha ha desaparecido. Es el principio de una serie de alocados y divertidísimos enredos y persecuciones, a los cuales se suma Dom, un «sin techo» egoísta, seductor y presumido. La acción se desarrolla en dos días con sus respectivas noches, durante los cuales los personajes no dejan de correr de un lado a otro, de coincidir, tropezar y volver a perderse y, finalmente, de apoyarse y ayudarse.
La película supone una mirada amable y divertida sobre algunos personajes marginales, felices en su estado. Una anciana tía a la fuga, porque se resiste a ser internada en una residencia, absolutamente disparata, a la que da vida la extraordinaria Emmanuelle Riva, en el que sería su último papel. Dom, un pintoresco vagabundo que vive bajo los puentes de París, elegante a pesar de sus harapos, un pícaro ingenioso con escaso sentido de los límites entre correcto y lo incorrecto, que evoca sin lugar a dudas al inefable Charlot. Y la desgarbada y entrañable Fiona Gordon, entre irreal y exagerada, que irradia una seductora belleza interior mientras maneja ágilmente su cuerpo larguirucho, coordinándose perfectamente con el de Dom.
La aventura parisina de Fiona y Dom no tiene nada de comicidad bobalicona, ni aun en los momentos más disparatados, sino que es una muestra de humor inteligente. En la línea del humor de Jacques Tati, las situaciones y los gestos tienen mayor protagonismo que las palabras. La ciudad de la luz les ofrece el marco más adecuado para sus audaces y jocosas coreografías. Entre ellos se establece una relación cómica pero muy simpática, porque todas sus aventuras están animadas de un sentimiento de generosidad, que acaba dominando sobre el carácter egocéntrico de Dom. La otra pareja, Martha y Norman, viejos amantes, se encuentran sentados en un banco en una de las escenas más hermosas de la película, un baile impagable con la cámara dirigida solo a los pies de los bailarines, que se mueven y se entrelazan con inusitada gracia y elegancia. Como lo es el delicioso baile de Dom y Fiona en el «bateau-mouche», divertido pero de una gran belleza.
Alguna escena, como la anciana Martha besando apasionadamente a un vecino en la escalera de su casa, no se entiende en el momento y parece surrealista. La carcajada surge más tarde, cuando se entiende su sentido. Otras son directamente hilarantes, como la caída al Sena, la subida a la tour Eiffel, el discurso fúnebre de Dom. Hasta que al final, brota una inesperada ternura y hasta una suave tristeza, como una melancólica consecuencia de todas las payasadas. Nace entonces una apacible poesía que deja el buen sabor de una última sonrisa.
Dominique Abel y Fiona Gordon, directores, guionistas, productores y protagonistas, nos ofrecen una película delicada, divertida y agradable. Una buena opción para una tarde de cine.