EL SECRETO DEL DOLOR
Dos historias se desarrollan y se acaban entrelazando a lo largo de la trama. Conocemos a Robert, un apuesto joven neozelandés, un aventurero que ha ido a trabajar a la selva brasileña, donde conoce a Jeanne, una hermosa nativa, de la que se enamora profundamente. Ya casados, se ven constreñidos a fijar su residencia en Nueva Zelanda a causa de la enfermedad del padre. Barbara, la madre de Robert, una anciana casi alcoholizada, egoísta y manipuladora, desprecia a su nuera por sus rasgos raciales, pero parece que sí acepta a la nieta, que ha nacido rubia como Robert. Por otra parte, de nuevo en Brasil, conocemos a una encantadora familia que vive en un barco, padres, dos hijos varones (que apenas aparecen en la película) y la pequeña, Kat, una preadolescente encantadora, que ha constituido siempre el centro de la dedicación de sus padres, especialmente de Heloísa, la abnegada madre. La niña escribe un diario, a través del cual nos enteramos de sus sueños y de su intimidad, hasta que se entera de que un extraño secreto flota sobre la familia.
David Schurmann dedica la película a Heloísa, su propia madre, y, en forma de epílogo, añade imágenes de la vida real de los personajes, es decir, sus padres y sus hermanos. El rodaje ha durado varios años y finalmente el film ha sido elegido para representar a Brasil en los Oscar. Todo el reparto sin excepción hace un buen trabajo, pero hay que destacar muy especialmente a la jovencísima Mariana V. Goulart, como Kat, y a las tres mujeres en liza: Maria Flor, Jeanne en la película, Júlia Lemmertz, como Heloísa y Fionnula Flanagan en el papel de Barbara.
En la primera mitad de la película, al espectador le cuesta situarse en ambas tramas, con sus saltos adelante y atrás en el tiempo. La cámara salta de una familia a otra con fluidez, sin solución de continuidad, pero esta agilidad no consigue impedir que la película no llegue a «enganchar» hasta los últimos minutos. Se intuye que hay alguna relación entre las dos historias, pero el «pequeño secreto» que las une no se desvela hasta muy avanzado el metraje. A partir de ese momento, cuando el desenlace está ya próximo, la trama empieza a interesar realmente, impresiona y conmueve.
Sin duda se puede reprochar a la película un cierto aire de culebrón televisivo, pero en el fondo plantea temas muy serios y profundos, como la alegría de vivir, el carácter pernicioso de los prejuicios y la xenofobia, y sobre todo, el valor de la maternidad cuando se vive, no como un derecho para la propia satisfacción, sino como una entrega plena y desinteresada. La escena entre Heloísa y Bárbara, constituye un canto al amor de madre, depurado de cualquier sombra de interés y egoísmo.
Es una película de «buena gente», de personas que saben amar y sufrir, sin perder el gozo de vivir.