[Crítica cedida por Pantalla90]
UNA MADRE NO SE RINDE
Adam, un adolescente inteligente, algo tímido e introvertido, inopinadamente, tiene un brote psicótico en el instituto y le diagnostican esquizofrenia.
Inmediatamente es expulsado del centro, por lo que parece que su sueño de poder estudiar cocina se derrumba. Se ha quedado sin horizontes y su desolación es total. Per la madre no está dispuesta a rendirse y lucha con todas sus fuerzas por ayudar a su hijo. Finalmente encuentra una solución que supone la última esperanza de que pueda llegar a graduarse: consigue que Adam sea aceptado en un colegio católico, único lugar sensible a los problemas humanos. La directora, sor Catherine, una mujer firme, como corresponde a su puesto de responsabilidad, pero flexible y humana, accede a admitirlo a mitad de curso para que no pierda la oportunidad de graduarse, aunque con la condición ineludible de que no suponga un peligro para sus compañeros. Pero la esquizofrenia que Adam padece es del tipo más resistente a la medicación.
En el centro conocerá a Maya, una adolescente muy inteligente que despertará en Adam sentimientos encontrados de esperanza y psimismo. Y entrará también en relación con un sacerdote muy humano y acogedor en quien el joven, a pesar de que no cree en Dios, encontrará apoyo y comprensión.
Interesante drama juvenil de adolescentes e instituto, pero nada convencional, porque lo más interesante de la trama no son las siempre complicadas relaciones en el despertar del enamoramiento, ni los problemas familiares, ni las crisis propias de la edad, ni la vida del instituto. La película se atreve a poner en primer plano un tema tan doloroso como es la esquizofrenia, capaz de tronchar las expectativas de futuro de un joven, por muy brillante que sea. Los tres fantasmas interiores de Adam, Rebecca, Joaquin y Bodyguard, tienen toda la lógica porque surgen de tres facetas de la personalidad del joven, su lado tierno y soñador, sus pulsiones de adolescencia, y sus impulsos defensivos y violentos.
El modo cómo el cineasta plantea la historia resulta muy original. Es el mismo Adam quien cuenta todo el desarrollo de la historia de su enfermedad, sentado frente a un psiquiatra a quien no vemos nunca, como si la narración se dirigiera directamente al espectador. Para las voces interiores y las alucinaciones en los brotes psicóticos, el cineasta sitúa al espectador en el interior de Adam de tal modo que las vive y las sufre con él, ve y oye a través de los ojos y los oídos del enfermo.
Charlie Plummer hace un gran trabajo, teniendo en cuenta, además, que toda la narración gira alrededor de él y que no abandona en ningún momento la escena. Están muy bien los secundarios, Taylor Russell en su papel de Maya, la joven enamorada de Adam, Molly Parker, como la madre, Walton Goggins como Paul, el padrastro, y Beth Grant como un personaje nada sencillo como el de sor Catherine. Correctos también AnnaSophia Robb, Devon Bostick y Lobo Sebastian, los tres personajes imaginarios que se movilizan en el interior de Adam. Pero el secundario que brilla con luz propia es Andy García, como el amable capellán del colegio, que acoge con afecto al sufrido Adam y que sabe reconocer con humildad que no entendió lo que estaba sucediendo. Un personaje que se hace cercano al espectador por la bondad que rezuma.
La película trata abiertamente del sufrimiento que causa una enfermedad como la esquizofrenia, no solo a quien la padece, sino también a quienes le aman. La idea fundamental que intenta transmitir Beth, una auténtica madre coraje, a su hijo Adam es que él sufre la enfermedad, pero no es la enfermedad. La esquizofrenia es un mal incurable, pero la persona no debe dejarse vencer por ella, tiene que luchar por encontrar su lugar en el mundo. El film es todo un canto a la vida y a la dignidad personal de quien padece una dolencia mental.