Marcos y Laura, su mujer, que está embarazada, han viajado a Argentina desde España para recoger las cenizas del padre de Marcos, recientemente fallecido, y enterrarlas junto a los restos de Juan, el hijo pequeño, que murió siendo un adolescente, a causa de un alud, cuya tumba está en tierras de su propiedad en la cordillera patagónica. Allí, en pleno bosque, vive Salvador, el hermano mayor, totalmente solitario en su cabaña, aislado del mundo. Los hermanos hace décadas que no se ven y la llegada del matrimonio supone para Salvador una desagradable sorpresa. Intentan convencerlo de que acepte una ventajosa oferta de compra de las tierras que acaban de heredar, lo cual, además de unos sustanciosos ingresos para cada uno de ellos, supondría contar con los medios necesarios para atender los gastos de Sabrina, la única hermana mujer, ingresada en un centro para enfermos mentales. Pronto se produce el enfrentamiento de los dos hermanos mientras Laura, empieza a indagar en el pasado de la familia.
La estructura circular de la película –empieza y termina con un plano general del bosque nevado con unos lobos solitarios– nos remite a un círculo cerrado en el que quedan encerrados los sórdidos e inconfesables secretos de familia. La historia, una mezcla de tragedia humana y relato de suspense, está muy bien narrada; la tensión va creciendo progresivamente, creando una atmósfera cada vez más emponzoñada, que atrapa la atención del espectador de principio a fin.
El relato avanza lentamente en dos líneas correlativas, el momento actual y lo acaecido años atrás, que se va desvelando en flashbacks técnicamente muy bien resueltos, unas veces con un corte en la acción, y otras en las que el paso del presente al pasado se da en el mismo plano, sin solución de continuidad. Así vamos conociendo a los actores del drama: el padre muerto, que fue un auténtico tirano, la madre ausente no se sabe por qué, y los hermanos, ninguno de los cuales es quien aparenta ser. El que parece ser el personaje más inocente de la película, acaba siendo el más siniestro, capaz de helarnos la sangre. La nieve de la historia no es blanca y pura, sino realmente «negra».
A pesar de desarrollarse en los paisajes magníficos de la Patagonia argentina (aunque en realidad la película se rodó en la cordillera pirenaica), la fotografía es oscura, como corresponde a la sordidez de la historia. Las actuaciones son buenas, lo cual no sorprende en un actor de la talla de Ricardo Darín. Leonardo Sbaraglia está también muy bien dando réplica a Darín. Laia Costa ofrece una mirada tan expresiva al final, que consigue elevar el nivel general de su interpretación.
No es una gran película, pero su línea argumental resulta intrigante y permite pasar un buen rato.