Cine y Valores

NEFARIOUS

Título original: 
Nefarious
Género: 
Puntuación: 
8

Average: 8 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Dirección: 
Guión: 
Fotografía: 
Música: 
Intérpretes: 
Distribuidora: 
Duración: 
97
Contenido formativo: 
Crítica: 

CUANDO HABLA EL DIABLO

 

Desde Estados Unidos nos llega una controvertida película, Nefarious, criticada por algunos, pero con un éxito de público inusitado.

Con una puesta en escena teatral, que cumpliría a la perfección la regla clásica de las tres unidades: un solo lugar (la cárcel); un solo día (hasta las 16h. para tomar la decisión y hasta las 21h. para la eventual ejecución); una sola acción (dilucidar si el asesino convicto y confeso es un loco irresponsable de sus actos o bien su margen de libertad consciente lo hace culpable de sus crímenes y, por tanto, es «apto» para recibir el castigo). A ese núcleo se añade una pequeña introducción (el suicidio del psiquiatra) y un igualmente breve epílogo.

El hilo argumental es simple y lineal en el tiempo, sin saltos ni adelante ni atrás. Puntual por la mañana, James Martín llega a la prisión de Oklahoma en sustitución de su maestro, que acaba de fallecer. Su misión es entrevistar a Edward Wayne Brady, condenado a la pena capital, para una evaluación psiquiátrica. Antes de las cuatro de la tarde tiene que firmar el consentimiento para su ejecución, si considera que tiene la lucidez mental necesaria para ser responsable de sus actos, o bien diagnosticarlo como demente y, en consecuencia, no debería ser sentado en la silla eléctrica.

El guion de Chuck Konzelman, Cary Solomon avanza con pulso firme en este inquietante thriller psicológico, con una estructura muy sencilla: los dos personajes principales –Edward Wayne y James Martin–, frente a frente, con una mesa de por medio, entablan un diálogo para que el psiquiatra pueda elaborar su diagnóstico. En roles secundarios aparecen también el alcaide y el capellán de la prisión.

El doctor Martin, ateo convencido, es un profesional de prestigio y un hombre seguro de su ciencia, sus métodos y sus convicciones personales. Edward da la impresión de ser un desequilibrado, pero con una tal inteligencia, que de inmediato logra descolocar con sus argumentos al sorprendido psiquiatra y al impresionado espectador, clavado en la butaca sin respiración. Se presenta como Nefaroius, un demonio en el cuerpo de Edward Wayne, quien sigue viviendo en segundo plano. Es él, el demonio, quien ha empujado a Edward a cometer los crímenes, pero éste no es una víctima inocente del maligno, sino un iluso que libremente se abrió a la posibilidad de que las fuerzas del infierno penetraran en él y lo dominaran. Nefarious aclara que los demonios no actúan en solitario, sino que es en grupo como poseen a los seres que les franquean la entrada a su interioridad. Los vicios y las malas acciones no van solos, se suceden en cadena. 

El doble personaje habla a veces como el arrogante Nefarious y otras como el desesperado Edward. Su lado Nefariuos insiste a Martin para que no lo declare loco y pueda así ser ejecutado. Edward debe morir, pues ya ha cumplido su cometido demoníaco, mientras que los demonios que lo habitan abandonarán ese cuerpo y correrán a la captura de otros ilusos que les dejen el camino expedito hacia su interior, hombres que libremente renunciarán a su libertad y a su capacidad de crecerse para ser señores de sí mismos y ser personas en plenitud, seguirán los engañosos señuelos que les ofrezcan y se arrojarán irreflexivamente por el tobogán del egoísmo radical hacia su destrucción personal. «Mi amo nos regla muñecos», dice Nefarious sobre ellos, con macabra ironía.

La historia está bien narrada y el duelo dialéctico es de altura. Los argumentos de Nefarious van impactando en sus dos interlocutores –el psiquiatra y el público de la sala de cine–, que van pasando de la sorpresa al estupor y de éste al miedo. No al pánico cinematográfico, porque no se trata en absoluto una película de terror, no hay ni un solo susto a lo largo de todo el metraje, sino al pavor que experimenta un ser humano cuando se enfrenta a su propia realidad de ser vacío por dentro, arruinado desde la raíz, porque él mismo se ha entregado al mal.

Los dos protagonistas, Sean Patrick Flanery y Jordan Belfi, hacen un trabajo magnífico dando vida a Edward y a Martin respectivamente, sus personajes resultan creíbles y el espectador conecta bien con ellos. 

La película se disfruta con la tensión de un thriller psicológico y da pie a muchas reflexiones y discusiones, porque historia y personajes se prestan a una lectura simbólica muy rica y aleccionadora:

James Martín es el hombre de nuestro tiempo, que vive al margen de Dios y de cuanto supere su mente y su quehacer humano. Su código de comportamiento no está constituido por valores inmutables que lo sobrepasan, sino por leyes que él mismo se dicta. Por eso puede matar sin creerse culpable (eutanasia o aborto) y, al mismo tiempo, condenar cínicamente a otro asesino.

El alcaide Moss es el orden social, que no busca la justica sino el orden y la tranquilidad. A él le corresponde aplicar las normas y leyes que otros deciden, y poco le importa si son correctas o inhumanas. Cumple con su obligación sin importarle si sus actos son éticamente perversos. Es el hombre acomodado que no se hace preguntas inquietantes, que no se compromete con nada y hasta presume de vivir tranquilo, dedicado a sus cosas, sin hacer daño a nadie. Aunque habría que añadir a ese «sin hacer daño» que permanece frío e indiferente al mal que otros puedan infligir y al dolor de tantos hombres.

El capellán de la cárcel encarna el bando de los «buenos» en la sociedad. Son esos a quienes se les puede aplicar la máxima: «Para que triunfe el mal, solo hace falta que los buenos no hagan nada». El capellán ve el mal (y el dolor y la destrucción que conlleva) y no tiene el valor de acercarse, de meter los dedos en la herida para intentar limpiarla. A diferencia del orden social indiferente, sí mira con conmiseración al hombre caído, pero tampoco se involucra para procurar redimirlo. Permanece a una distancia prudente para no ensuciarse ni correr ningún riesgo (¿Se puede amar al otro sin asumir riesgos?). Desde su zona de confort bendice lo que pueda haber de rescatable en un hombre malo, pero no le tiende su mano.

El personaje de Nefarious, el maligmo, y Edward, el que se le sometió, son el impulso del mal, el dejarse llevar por los instintos y las pulsiones más elementales, abdicando de la dignidad humana. Edward se entregó libremente a sus pasiones, sin duda por un afán de disfrutar sin cortapisas, siN atenerse a la ley inscrita por Dios en el corazón del hombre. Cuando quiso reaccionar, todas las salidas de la esclavitud estaban bloqueadas, y él se deslizaba irremediablemente hacia su destrucción personal total, simbolizada en la silla eléctrica. No era Nefarious el mayor culpable, sino el mismo Edward, que le había franqueado el paso y se había entregado sin resistencia.

A partir de ahí, que el espectador se mire en el espejo de cada uno de los personajes y extraiga sus propias conclusiones. Y, sobre todo, que cada cualbusque el espacio en su vida para el arrepentimiento y el perdón de Dios. Ni Nefarious ni la silla eléctrica tienen la última palabra.

Una película imprescindible. Para no perdérsela.