Cine y Valores

Muchos hijos, un mono y un castillo

Título original: 
Muchos hijos, un mono y un castillo
Puntuación: 
6

Average: 6 (1 vote)

Publico recomendado: 
País: 
Año: 
2017
Dirección: 
Fotografía: 
Intérpretes: 
Distribuidora: 
Duración: 
88
Contenido formativo: 
Crítica: 

Julita Salmerón tenía tres deseos en su vida y a sus 82 años ha podido ver los tres cumplidos: tener muchos hijos -han sido una familia numerosa-, tener un mono -se llamaba Óscar- y tener un castillo -lo compraron con el fruto de una herencia-. De ahí procede el título de este entrañable y divertido documental, que tiene como centro a Julita, la madre del director.

La idea nace cuando Gustavo Salmerón se entera de que su madre guardaba una vértebra de su abuela asesinada durante la guerra civil, y no recuerda dónde la guardó. Toda la familia se empeña en encontrar los huesos para poder enterrarlos y emprenden una divertida búsqueda por todos los rincones, armarios y cajones, abriendo mil cajas que contienen los más inesperados objetos, acumulados a lo largo de toda una vida. Toda la familia padece un clarísimo síndrome de Diógenes, lo cual ofrece un material inagotable para la película. Según se van descubriendo cada uno de esos recuerdos, vamos conociendo la historia de la familia, aunque el centro es siempre Julita, una mujer encantadora, graciosa y divertida.

Se utilizan también fotos y películas familiares antiguas, mientras Julita va reflexionando sobre la que ha sido su vida, cómo sigue amando con pasión a Antonio, su marido, y cómo la familia ha permanecido siempre unida, a pesar de los avatares de la suerte. Todos los personajes aparecen muy naturales, pero Julita sencillamente llena la pantalla. Enternece y hace reír cuando habla del amor por su marido, de su sensación de que la muerte está cercana y prefiere tener preparados los más mínimos detalles.

La película es muy viva, como si la cámara fuera un elemento más de la casa, presente en los encuentros, diálogos y reuniones y captara algo tan espontáneo como la vida cotidiana, sin ensayos ni preparaciones. La primera parte, cuando conocemos a la protagonista, es absolutamente genial, con escenas soberbias como cuando moja las galletas en el café, totalmente indiferente al objetivo que la está apuntando. Sin embargo, la mudanza del castillo se hace pesada, da la impresión de que no se avanza y de que se repite lo mismo una y otra vez. Hacia el final vuelve a recuperar agilidad y deja al espectador con el buen sabor de boca de haber conocido a una mujer extraordinaria y a una familia encantadora. Amor y humor a manos llenas.