LA FECUNDIDAD DEL DOLOR
Baltimore es una ciudad en fiesta. Los estallidos de los fuegos artificiales, que iluminan el cielo con mil colores para despedir el año, sofocan el ruido de balas que asesinan fríamente a un gran número de alegres participantes en el jolgorio de la Noche Vieja. Veintinueve cuerpos caen abatidos mientras que el terror va creciendo en la ciudad. Nadie ha visto nada, nadie ha reivindicado los hechos. Nada se sabe sobre los motivos ni la identidad de quien disparó desde una ventana y dejó ese reguero de sangre y pavor.
La policía y el FBI empiezan una investigación a la desesperada, con todos los medios a su alcance, pero el asesino es totalmente imprevisible y va muy por delante de ellos. El mando de la operación es confiado a Lammark (Ben Mendelsohn), un veterano jefe del FBI, con un abultado historial de éxito en las operaciones por él comandadas. Ese hombre autoritario y seguro de sí mismo es, a su vez, suficientemente intuitivo como para captar las posibilidades de Eleanor (Shailene Woodley), una joven agente de policía infravalorada, aparentemente mediocre y frustrada, con gesto amargo en su rostro. La carga de un doloroso pasado que no ha conseguido superar y su vida solitaria hacen de ella un personaje ambiguo, entre fragilidad y fortaleza. En cierto modo, viene a ser como la imagen negativa del misterioso asesino y, por tanto, es la persona idónea para llegar a comprender su torturada mente y a partir de ahí, poder seguirle el rastro y dar con él.
Damián Szifron, el director, desarrolla un guion muy sólido, escrito por él mismo en colaboración con Jonathan Wakeham. Vemos como el jefe Lammark se rodea de dos personas, Eleanor y el agente afroestadounidense Jack Mackenzie del FBI (Jovan Adepo), en las que deposita su máxima confianza. En ese equipo triangular de personas tan distintas, surge un entendimiento profesional al mismo tiempo que nace entre ellos una firme amistad.
La película atrapa desde el principio en sus dos líneas del argumento: la búsqueda del escurridizo asesino y las relaciones humanas de los tres agentes. Hay que destacar que son impresionantes los planos generales de Baltimore, tomados desde lo alto de los edificios, que ofrecen las vistas de calles repletas de coches y personas. Aparecen todos ellos pequeños, frágiles e indefensos ante la locura homicida de un francotirador. Esa ciudad de edificios de cemento y cristal constituye un laberinto en el que los tres policías deben proteger a la población y encontrar al asesino.
A partir de un cierto momento, sin dejar de mantener el interés, la película decae un poco, porque introduce algunos elementos estereotipados que enturbian algo la originalidad de la historia. Como los altos mandos del FBI, solo interesados en obtener resultados rápidos para poder cerrar el caso, más por razones políticas que por querer proteger a la población, que suenan a déjà-vu. Tampoco el desenlace en la cabaña responde del todo a las expectativas del principio.
Pero en conjunto resulta una película policíaca muy entretenida, con una buena dosis de intriga, un buen trabajo actoral y una parte humana sensible y conmovedora.
Para los amantes del género, Misántropo es una buena opción para pasar un rato.