UNA LECCIÓN DE AMOR
David Colton fue adoptado cuando era bebé y ha podido disfrutar de unos padres que lo adoran y que le han brindado un hogar cálido y acogedor. Al alcanzar la mayoría de edad, le está ya permitido contactar con su madre biológica, siempre que ella esté de acuerdo. No es una decisión fácil, porque el joven vive feliz con los que considera sus padres a todos los efectos y esa paz podría quebrarse si ahora decide ahondar en los sucesos que tuvieron lugar dieciocho años atrás, para conocer y trata de comprender por qué su madre lo entregó en adopción.
Sus «padres», Jimmy y Susan Colton, lo animan a que busque la verdad sobre su madre, con la total confianza de que ese encuentro redundará en un bien para ambos, David conocerá sus raíces y la madre podrá explicar los motivos que la llevaron a tal decisión mientras puede abrazar a su hijo, tantos años después de haberlo tenido por primera y única vez en sus brazos.
Los hermanos Alex y Stephen Kendrick, pertenecientes una comunidad cristiana batista (de la que Alex, el mayor, es además pastor), crearon la productora «Kendrick Brothers», cuya misión es «Honrar a Jesucristo y dar a conocer su verdad y amor entre las naciones». Son, además, guionistas de las películas que producen y, hasta ahora, Alex era también director, además de actor. Se trata de películas bien elaboradas, que han gozado de éxito de público en EE.UU. y no sólo entre el sector cristiano de la población. Así Gigantes hacia la victoria (2006), Prueba de fuego (2008), La fuerza del honor (2011), Vencedor (2019), hasta llegar a Marca de vida, en este caso dirigida por Kevin Peeples, quien también participa en el guion con los veteranos Alex y Stephen Kendrick.
Como sus películas anteriores, Marca de fuego presenta unos personajes que se encuentran en una encrucijada de vida, en la que deben tomar decisiones importantes para ellos y para la gente de su entorno. Si bien en este caso la historia no es exclusivamente fruto de la imaginación creativa de los hermanos Kendrick, sino que está basada en una historia real.
Vemos a la familia Colton bendiciendo la mesa y haciendo a menudo alusión a Jesucristo. Pero la cámara no centra su objetivo en las costumbres cotidianas de una familia creyente, sino que se fija en cómo, en una situación delicada que supone una difícil disyuntiva, el cristiano adopta una actitud coherente con su fe, aunque pueda resultarle dura o incómoda. En ese sentido, la película resulta no adoctrinadora, pero sí ejemplar.
Las prácticas religiosas y los modos de exponerlos en el cine, propios de los EE.UU. resultan bastante sorprendentes en la vieja Europa, mucho más pudorosa para dejar traslucir los sentimientos religiosos, que suele reservar para la intimidad. Pero eso solo se refiere a las formas, porque el fondo –el ser humano que dobla la rodilla ante un Dios personal al que llama padre y se compromete a llevar una vida impregnada de los valores que brotan de esa filiación– constituye un espejo en el que puede mirarse cualquier hombre de buena voluntad de no importa qué latitud.
Marca de vida es un canto a la vida, a la generosidad y el coraje de una madre que, antes que eliminarlo, decide dar a luz a su hijo y entregarlo en adopción para que otros padres le brinden un hogar que ella no está en condiciones de ofrecerle. Es también un canto a la familia, cuyo amor desborda para enriquecer todo su entorno.
Es una película correcta, agradable y entretenida, que, al final, deja en el espectador el poso de haber visto que hay personas capaces de vivir en la verdad y hacer lo correcto.